Va a cumplirse un año, ocurrió el 24 de abril de 2024, desde que Pedro Sánchez anunció que se tomaba un período de meditación de cinco días para asegurarse de que seguir en la presidencia del Gobierno, con los ataques a la integridad de su mujer, ‘merecía la pena’. Hubo quien se lo tomó como lo que realmente pareció ser, una añagaza de imagen de las muchas que han jalonado sus once años en el primer plano de la política. Algunos otros le creyeron: el hombre que se confesaba ‘enamorado’ de Begoña Gómez parecía haber llegado al paroxismo en su tensión contenida, en el desgaste que le significaba llevar, entonces, casi un sexenio en La Moncloa.
Ahora, un año después, todo parece haber ido incluso a peor en la política doméstica, y muchas cosas agravan desde el exterior este panorama interno. ¿Cuáles son las ‘meditaciones de Semana Santa’ de Pedro Sánchez? He aquí algunas posibles respuestas, a tenor de lo que dicen viajeros a La Moncloa y ‘acompañantes de Falcon’.
Piensan que difícilmente se repetiría la escenificación, algo torpe, de aquellos cinco días. Sánchez es un resiliente al que le gusta el ejercicio del cargo, por mucho que los ataques señalando corrupción a su mujer, a su hermano, a su círculo cercano y a él mismo, le saquen de quicio hasta hacerle estallar, dicen esos viajeros, en accesos de cólera en la intimidad del recinto monclovita. No lo sé, no soy uno de esos viajeros ni ‘falconeros’, pero sí estudio atentamente los gestos presidenciales, su lenguaje corporal, la evolución tremenda de su síndrome de Hubris, que es la enfermedad de los poderosos. Y Sánchez no está cómodo, me aseguran, porque le indigna que le hagan cómplice remoto –¿cuánto sabia el presidente? se preguntan las tertulias– de las andanzas de los Abalos, Koldos y demás ‘Jessicadas’. O le irrita que cuestionen su fidelidad a la Constitución, a la legalidad y a las instituciones, que, por lo demás, parece una fidelidad bastante quebradiza.
Dicen que Sánchez aprovecha los breves períodos vacacionales –la verdad es que trabaja y mucho– para meditar en su futuro. Que se ha preguntado más de una vez si debía o no anticipar unas elecciones ante la que estaba cayendo. Ahora, la irrupción de Trump, que increíblemente La Moncloa no tenía descontada –aún a última hora se pensaba, o más bien se confiaba, en una posible remontada de Kamala Harris– tiene descolocado por completo al Gobierno español (y no solo al español, claro): ¿Cómo asegurar que, así, con esta inseguridad jurídica instalada por quien desde su despacho oval se cree el amo del mundo, se puede llegar hasta 2027 haciendo la misma política, sin cambios de rumbo significativos? Ahora, en Lanzarote, que es donde comentan que irá a parar desde este miércoles hasta el domingo de Resurrección, me parece que Sánchez tendrá que meditar en tomar algunas decisiones importantes.
Sobre la resurrección propia, por ejemplo. A base de una aproximación al Partido Popular ante la crisis internacional desatada por Trump y una muy conveniente remodelación de su Gobierno, que evidencia zonas de claro despiste, comenzando por la mismísima vicepresidenta primera. Y luego un viraje en su política de comunicación, ahora que Iván Redondo vuelve, aunque sea desde la distancia, a su lado. Cómo armarse frente a lo que él considera una ‘persecución judicial’, a cuenta de su familia y del fiscal general del Estado, que esa es otra.
Él sabe que los muchos dinosaurios de Monterroso seguirán ahí ese día de la Resurrección y del retorno. Y no, no va a tirar la toalla ni siquiera cosméticamente, aseguran: él ambiciona pasar a la historia como el líder europeo y socialdemócrata que lideró el ‘frenazo a Trump’, nada menos. Así de crecido, dicen, ha vuelto de China, donde Xi le trató como a uno de los ‘grandes’. Es, si usted quiere, una ‘fuite en avant’, una huída hacia adelante de alguien que no rehúye los problemas –más bien los busca– y que morirá, porque morirá, claro, con las botas puestas. Y nunca, eso sí que no, en la irrelevancia.