Hace algunos días descubrí, en una casual y gratificante conversación sobre la historia de la ciudad, que Ferrol tuvo una playa urbana hasta la década de los 80. No es difícil, por tanto, que muchos ferrolanos, especialmente los más jóvenes, desconozcan este interesante dato de la villa castrense.

La ensenada de la Malata acogió, durante largos años, una pequeña playa artificial bañada por las entonces cristalinas aguas de la ría. Bajo el nombre de Copacabana, homónimo del arenal de Río de Janeiro, generaciones de ferrolanos disfrutaron décadas de sol y mar, a escasos metros del centro de la ciudad.

La playa, sita en el actual paseo marítimo, contaba a su vez con un beach club, anglicismo tan arraigado en nuestro argot turístico, en el que solazarse o disfrutar de una refrescante sesión vermú. En 1988 fue, según suelen afirmar los cronistas más refinados, pasto de las llamas.

El 11 de julio de 1970, en el ya extinto Ferrol Diario, salía publicado en su portada un reportaje sobre la «playa de bolsillo», como la denominaban los periodistas hace más de cincuenta años.

Hoy, en cambio, sólo queda un recuerdo nostálgico para los ferrolanos de origen y adopción o, como es mi caso, por querencia.

Es evidente que la toma de decisiones es compleja y no siempre se acierta. En ese proceso de transformación que Ferrol debe acometer tiene que haber espacio para plantear la recuperación de tan emblemático lugar. Es renovarse o morir. Pero como dice el buen gallego, as cousas polos seus pasos.