El patriarcado de coerción, el que legisla sin tapujos contra las mujeres y castiga, en ocasiones hasta con la muerte, a las que no cumplen sus mandados misóginos, muestra, hoy en día, su más cruda y dolorosa expresión en Afganistán.
Allí, entre otras muchas cosas, las mujeres deben cubrirse de la cabeza a los pies y usar zapatos planos, ya que parece ser que un hombre no puede escuchar un taconeo sin excitarse.
Su invisibilidad debe ser tal que no pueden asomarse al balcón de su casa. ¡Hasta las ventanas tienen que ser opacas, por si acaso! Y, por si esto no resultaba suficiente, ahora tienen prohibido hablar en público.
Supongo que ser “máquinas” reproductoras es lo que las salva del exterminio. Aunque esa salvación no tenga mucho de deseable, ya que, sin expresión, sin cuerpo, sin futuro, sin los derechos más básicos, las mujeres están muertas en vida.
Menos mal que en occidente la situación es radicalmente distinta. Expresiones violentas e intimidatorias del machismo como estas no tienen cabida en nuestra sociedad. Al menos, en teoría. Porque asesinar a tu pareja, a la que se supone que debes respetar, o ejercer sobre ella la violencia vicaria (entre otras cosas) tiene mucho de brutal y coercitivo.
Por supuesto, quedan cosas que mejorar, pero, aun así, es obvio que el feminismo, en el mundo occidental, ha ganado terreno en las últimas décadas. Las mujeres nos hemos empoderado y hasta liberado sexualmente. Somos libres para elegir en todos los aspectos de nuestra vida. Y, por supuesto, no vamos a tolerar que nadie nos reduzca a un objeto sexual o a nuestra apariencia física. Valemos mucho más que eso. Si hasta tenemos un tatuaje, la famosa liga del Body sign action de Valie Export que también lleva Rosalía en su pierna, para reivindicar que somos nosotras mismas las que decidimos voluntariamente exhibir nuestro cuerpo cuándo y cómo queremos.
Y todo esto me parece fenomenal, lo que pasa es que no me lo creo.
Veo a mujeres que ven a Wonder Woman como un icono del feminismo comprando camisetas que las definen como bravas porque nas súas conas non manda nin Ken y exponiendo sus cuerpos semidesnudos en Instagram bajo la premisa de un supuesto empoderamiento.
Sobre la base de una supuesta liberación sexual, veo a chicas jóvenes con comportamientos sexuales deshumanizados, imitando las actitudes de los donjuanes más casposos que tanto hemos criticado.
Curiosamente, son modos de comportarse que les vienen muy bien a aquellos que nos ven como trozos de carne que pueden comprar y poseer. No puedo evitar pensar que “el opresor no sería tan fuerte si no tuviera cómplices entre los oprimidos”. Me viene a la cabeza el término patriarcado del consentimiento. Me pregunto hasta qué punto estas mujeres han sido libres para decidir. ¿No habremos interiorizado de tal manera el modelo de mujer que nos ha transmitido ese patriarcado que queremos deconstruir que llegamos a sentirlo como si viniese de dentro de nosotras mismas, como fruto de nuestra voluntad?
Porque, no nos engañemos, en esas fotos no brilla nuestra inteligencia, ni nuestra simpatía, ni nuestra profesionalidad…, sino nuestras tetas y culos. Y porque no se trata ni de reducir el sexo a un roce entre genitales ni de cambiar el rol de dominadas por el de dominantes. Eso no tiene nada de liberador ni de emancipador. O al menos, yo no se lo veo.