Ya han transcurrido unos treinta años de la “Cumbre de la Tierra” de las Naciones Unidas en Río de Janeiro, donde personas de todas las condiciones sociales se pusieron de acuerdo para replantear el desarrollo económico y encontrar formas de detener la destrucción de los recursos naturales y la contaminación del planeta.
Estas aspiraciones se recogieron más tarde en los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio destinados a garantizar que el desarrollo humano llegue a todas las personas y a todos los lugares del planeta, sin sacrificar el medio ambiente.
Desde entonces muchas cosas han cambiado y ya nadie pone en duda la importancia que tiene el medio ambiente para determinar el bienestar de la humanidad. Ni siquiera podemos empezar a luchar contra la pobreza si no mantenemos los sistemas naturales que sustentan nuestras sociedades y economías. Los más pobres de entre los pobres dependen para vivir de la naturaleza y de lo que esta les ofrece.
Por eso los ciudadanos, a título individual o a través de organizaciones no gubernamentales, también tenemos que movilizarnos llevando las protestas a la calle así como adaptando patrones de consumo para reducir los impactos medioambientales y conseguir unos beneficios justos para los productores en países en desarrollo.
Lo importante es que la globalización nos afecta a todos y que estamos empezando a ser conscientes del hecho de que no carecemos de poder y que si queremos podemos cambiar las cosas.