La inflación ha venido, todo el mundo sabe como ha sido. El precio de los carburantes y de la energía encarecen la producción y el transporte. Si los abonos son más caros, y el traslado a los mercados también, el tomate que compremos será más caro. La inflación, como la muerte, es democrática e interclasista, y afecta lo mismo a los ricos que a los pobres.
Eso sí, con diferentes resultados. Así como la muerte es de una igualdad apabullante, y nadie se queda un poquito muerto, o bastante muerto o muerto del todo, la inflación produce el efecto de que lo que compramos sea más caro, pero los ricos se enteran menos. Claro que si el rico es propietario de una empresa, y la empresa comienza a ir mal, porque vende mucho menos, el empresario pierde dinero, pero el pobre puede ser despedido, porque lo primero que hace una empresa cuando vende menos es reducir la plantilla. Los ejecutivos han estudiado Economía en las mismas facultades, y lo primeros que se les ocurre es reducir la plantilla. A Ford se le ocurrieron otras cosas, como abaratar los costes de producción, pero es que Henry Ford no fue a ninguna facultad de Economía.
Como los pobres compran menos –porque los productos son más caros– y los que se quedan en paro disminuyen todavía más el consumo, las empresas siguen vendiendo menos, y la inflación continúa.
Hasta aquí llego. Soy de letras. Si fuera un ejecutivo que hubiera pasado por la Facultad de Económicas, a lo mejor se me ocurría algo diferente a poner trabajadores en la calle, que es lo que contemplo que hacen los profesionales de la gestión empresarial.
Naturalmente, las inflaciones, como las pandemias, desaparecen. Las pandemias matan y las inflaciones, no sé si llegan a matar, pero contribuyen mucho al adelgazamiento, sin necesidad de ir al gimnasio o acudir al dietetista. La única compensación moral es saber que ni los machistas, ni las feministas cum laude, ni los del heteropatriarcado, ni los fascistas, ni los comunistas vintage, se libran de la inflación. Un consuelo emocional que, eso sí, no dejará de arruinarnos.