Sostenía Borges con ironía que a partir de una determinada edad uno va camino de ser póstumo y deja de tener enemigos. Puede que sea así fuera de España pero no en nuestro país. Aquí la enemiga política, incluso directamente el odio, acompaña a quienes se han creado enemigos por militar bajo siglas diferentes.
Así tenemos a dos ex presidentes del Gobierno, Felipe González y José María Aznar, a quienes anónimas catervas de emboscados en las redes sociales persiguen con mensajes de odio. Es verdad que pese a ser lo que el propio González llamó “un jarrón chino” –objeto valioso que no se sabe dónde colocar–, tanto el uno como el otro siguen interviniendo en la política con declaraciones y comentarios sobre aspectos de la vida pública que critican o directamente desaprueban.
Que ambos, a quienes por cierto, hemos visto juntos participando de algún foro, hayan coincidido en señalar alguna de las derivas de la política de Pedro Sánchez les ha hecho acreedores de no pocos dicterios lanzados también desde los medios de papel afines al sanchismo o de digitales del espectro más izquierdista. Que Felipe y Aznar, que tanto se enfrentaron en el pasado hayan sabido arrinconar aquella inquina dando paso a una relación que normaliza su presencia conjunta en la vida pública es un ejemplo que, a mi entender, aporta valor a la convivencia en democracia de nuestra sociedad. Un valor que se torna en símbolo frente a quienes, a través de la manipulación partidista de la memoria, –reescribiendo la historia– tratan de desacreditar los logros de la Transición tildando despectivamente aquél período y los años posteriores como “el régimen del 78”.
El José María Aznar jefe de la oposición y presidente del PP fue muy duro con el Felipe González que presidía el Gobierno. Tampoco Felipe se cortó al replicar al artífice de la famosa “pinza” con Julio Anguita, a la sazón líder del Partido Comunista, pero el tiempo les ha reconciliado, y verles juntos reflexionando sobre las cosas que pasan en España –en alguno de esos foros también ha participado Mariano Rajoy– transmite una idea de normalidad y de convivencia que debería invitar a practicar a quienes permanecen instalados en el sectarismo esperando sacar ventaja de la polarización. Está claro que molesta que no se resignen a cumplir con el papel de jarrones chinos.