No nos da la vida

Vivimos saturados de estímulos que nos incitan a consumir sin descanso para conseguir placer y felicidad. Hay que hacerlo rápido, además, o te quedas fuera, como un paria social. Solo así se explica que las entradas para un concierto se agoten un año antes de la fecha en la que tendrá lugar, a pesar de que sea absolutamente imposible planificar nada con tanta antelación.


También hay que mostrar al mundo que has estado en la pomada. En tu perfil en las redes sociales no pueden faltar fotos en la pop up store navideña de Zara, en la exposición de Irving Penn, en la Ventana al Atlántico, haciendo O camiño dos faros, besando a tu gato y en el último partido del Dépor. Y no se te ocurra viajar para animar a tu equipo sin publicar un buen documental de la experiencia, incluyendo las cañas previas y las copas post partido.


Debes dejar constancia también de que, por mucha tralla que te des de noche, al día siguiente tienes fuerza para ir al gimnasio o salir a correr. Total, nadie va a relacionarlo con la cantidad de infartos que hay por culpa, dicen, de la vacuna del covid. Y si alguien lo hace, será de tu mismo «club» y os echaréis unas risas por Whatsapp.


No dejes de hacerte fotos en la playa, al salir de nadar. Así podrás enseñar palmito, piercings o tatuajes. Y enlazar, después, tu perfil de Instagram en Tinder, aunque allí solo pongas fotos de cervezas, paisajes o monumentos arquitectónicos, porque, pese a estar casado, «te encanta el sexo» y, claro, buscas «rollos cortos» que te permitan «disfrutar de la vida» sin que nadie te dé «lecciones de moralidad» (sí, he echado una ojeada a Tinder solo para poder leer eso. Bueno, y cosas como «Casado. No quiero complicarle la vida a nadie (menos a su mujer, claro, e hijos, si los tiene) ni que me la compliquen a mí» o «Atención, tengo pareja. No juzguéis y no seréis juzgados. Busco complicidad sexual para pasar buenos ratos de vez en cuando»).


En nuestro día a día tampoco pueden faltar los valores ni la cultura: grábate gritando «la talla 38 me aprieta el chocho» en una manifa del 8M y aplaudiendo el manifiesto de la marcha del orgullo LGTBIQ+ aunque no sientas demasiado esas proclamas, escucha pódcast y ojea revistas de música, visita la Fontana di Trevi, acude a presentaciones de libros, haz fotos desde la ventanilla de un avión, sumérgete en la oferta gastronómica de la ciudad…


Y ten cuidado: en las fotos tienes que mostrar tu perfil bueno, estar peinada de peluquería (o con la barba arreglada, en función de tu género), maquillada (por lo menos la raya del ojo) y vestida para la ocasión, siempre y cuando salgas sexy. No vaya a ser que te pongas la camiseta del Dépor (tranquila, en Instagram no se va a notar si es falsa) y te olvides de enseñar la manicura, arreglarte el flequillo, poner mirada canalla o posar con esa medio sonrisa que te hace tan interesante.


Me olvidaba: no dejes de hacerte selfies estilosos en el trabajo, que también es importante mostrar solvencia profesional y una imagen de éxito, progreso y cierta celebridad. Y, ojo, que todo esto no sirve de nada si después no comentas y haces likes a las publicaciones, historias y estados de los demás, que a la postre, las redes sociales van de eso: de socializar.


No nos da la vida. Y lo peor, no nos da el alma. Debes estar siempre consumiendo, haciendo y aparentando, porque será la siguiente experiencia o la aprobación de los demás lo que te proporcione la satisfacción plena. Esa satisfacción que nunca llega, porque siempre hace falta más y, en consecuencia, todo es cada vez más efímero, estéril, vacuo e insustancial. Porque todo es objeto de consumo, pero somos nosotros los que terminamos consumidos por tanto afán.

No nos da la vida

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