Alguien anotó, en un susurro, “a caixa rouba”. Ánimo firme y trémula letra, estremecida de vergüenza; la que no sentía la entidad. Pintada escondida que acusaba, al adalid de sus desvelos en el gasto y añoranzas en el ahorro, de algo tan impensable como vergonzante.
Las solidarias cajas, herederas de pósitos y montepíos, constructoras de viviendas subvencionadas, becas de estudio y ayudas a fondo perdido, encerraron su acción social en lujosos palacetes, nutrieron sus directivas de sátrapas al servicio de instituciones sobrantes y gobiernos delirantes y se olvidaron de sus postulantes.
Cajas rescatadas para hacerlas rentables, cerrando sucursales, retirando cajeros y remitiendo a sus viejos clientes a las nuevas tecnologías. Y ahora que estos estafados, maltratados y olvidados protestan, se les dice que se actualicen, que hagan los deberes, cuando solo piden un trato humano con humanos seres que les atienda solidarios y cuenten con ellos sin contarlos.
Está en manos de sus directivas ser gestores y no comisarios, en las de los accionistas no ser voraces rentistas y en las de los gobiernos en poner ojos y quitar manos para que vuelvan a ser las cajas dignas entidades y no esos malos bancos de consejeros al consejo de distópicos gobiernos y sus faraónicos proyectos.
Abran cajeros y sucursales en pueblos y aldeas y cierren esas palaciegas mansiones que los alejan de tan altos “vasallos” y les acercan a tan bajos “señores”.