Joana Sabadell, responsable de la edición de los diarios, señala las dificultades de la encomienda de Albany al tratarse de unos cuadernos “escritos a mano que se estaban desintegrando”. Para leerlos, apunta, “hubo que fotografiarlos, y no fue fácil por la letra, porque había palabras desaparecidas y porque la inmensa mayoría de los nombres que aparecen son iniciales”.
¿Por qué no se publican?
La publicación está en parálisis absoluta porque un miembro de la familia se opone a ello. Cada vez que estamos a punto de firmar un contrato para publicarlos en España hay un bloqueo por una vía u otra. El último contacto directo para tratar de llegar a un acuerdo fue con este miembro, aceptando una lectura rápida de los diarios, cosa que plantea varios problemas, pero aun así la universidad, a través de mí, intentó convencerla de que podía hacerse así. Pero en esa conversación telefónica se nos dijo que haría lo imposible para que no se publicaran y que, cuando esta persona muriera, sus herederos seguirían oponiéndose.
¿Dónde está el problema?
Torrente no dijo nada sobre si se debían publicar. Lo que sí dijo fue que no podría hacerse en su integridad hasta que los hijos mayores hubiesen muerto. La universidad, que es depositaria y propietaria de los diarios porque así lo decidió Torrente, me encargó la edición porque era titular de Literatura Española Contemporánea allí, había dado clases de grado y doctorado sobre obras de Torrente y una de mis especialidades era la literatura de los años 50 y 60. Soy investigadora y mi cometido en relación a “Mi fuero interno” termina ahí, en la investigación. No tengo ninguna responsabilidad, ni capacidad de decisión, sobre unos textos cuyos derechos legales residen en la universidad. Por ejemplo, cuando fui contactada por la agencia de Balcells para hablar de su publicación, sólo tras la aprobación de la universidad envié los textos. Siempre se ha pensado, por deseo de la institución, en la publicación de los diarios anotados, pero sin estudio interpretativo alguno. Desgraciadamente, la agencia informó a Albany y a mí de que no podían continuar con el proyecto por la oposición familiar, y creo que ha sido una ocasión perdida. Me consta que habrían mimado los textos y habrían seleccionado la mejor vía para darlos a conocer. Otros intentos han dado resultados similares.
Después de cinco años de trabajo, ¿qué sensación tiene?
Me da rabia porque si él no hubiera querido preservarlos, no tiene ningún sentido que no puedan ser leídos. Hizo todo lo posible para que se conservasen en un momento en el que si los traía a España podrían traerle problemas: es una época en la que muchos de sus conocidos y amigos habían sido detenidos y en la que su posición política había cambiado. Él los preservó porque pensaba que merecían la pena; si no, los habría destruido. La publicación daría más visibilidad al resto de su obra y revelaría sus ideas y opiniones, muy jugosas, sobre la política de esos años. Me entristece que no se permita que se conozca y es frustrante para los lectores, pero no es imposible que la universidad haga gestiones para su publicación en otro país.
¿En qué cambiaría la publicación la imagen de Torrente?
Hay quien lo sigue asociando con un periodo muy oscuro de la Historia de España y los diarios no van a inclinar la balanza ni de un lado ni de otro, pero lo que sí se ve es el modo en que se mueven las ruedas del pensamiento de este gran escritor: cómo va juzgando lo que ocurre, cómo va tomando posición, cómo eso tiene que ver con lo que le sucede a algunos de sus amigos, su precaria situación económica, cómo es castigado por el régimen... Se ve cómo va matizando su posición y analizando la de otros personajes conocidos de la época, que también cambiaron de criterio a la vista de lo que estaba pasando. Es interesante ver esa transformación.