oda la fragilidad de la paz más efímera, la que vivió el mundo de 1918 a 1939, se concentra en un sencillo vagón de tren, escenario del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial hace ahora cien años. Con cuerpo de madera y chasis de acero, el vagón-restaurante 2419D acogió en un bosque en Compiégne, a unos 70 kilómetros al norte de la ciudad de París, a un grupo de militares y diplomáticos de largos bigotes. Genuinos especímenes de aquello que Stefan Zweig denominó “el mundo de ayer”.
Aquellos hombres, representantes de Francia, el Reino Unido y Alemania, rubricaron el final de más de cuatro años de combates en un vagón que, dos décadas después, se convertiría paradójicamente en símbolo de la capitulación francesa ante Adolf Hitler.
Pero primero el armisticio. El 8 de noviembre de 1918, una Alemania exhausta envió una delegación plenipotenciaria a Compiégne para firmar un alto el fuego. El mariscal Ferdinand Foch, comandante en jefe de los Aliados, había elegido una perdida vía ferroviaria que utilizaba la artillería pesada para citar a la comitiva alemana –encabezada por el ministro de Estado Matthias Erzberger– fuera de miradas curiosas.
“¿Cuál es el objeto de su visita?”, preguntó Foch a Erzberger tras intercambiar saludos protocolarios y revisar sus credenciales. “Venimos a recibir las condiciones de las potencias aliadas relativas a la conclusión de un armisticio por tierra, mar y aire, en todos los frentes y colonias”, respondió el alemán. “No tengo ninguna proposición que hacerles”, les espetó el mariscal francés, que marcaba así desde el inicio la atmósfera tensa que presidió la reunión.
Foch quería escuchar de los alemanes que venían a pedir el armisticio. Solo entonces les ofrecería sus condiciones. “Fue un ambiente correcto, pero muy frío. Había millones de muertos sobre la mesa...”, explica a Efe Bernard Letemps, presidente del museo Memorial del Armisticio, donde se exhibe un vagón idéntico y de la misma serie que el usado entonces.
Los alemanes recibieron con consternación las draconianas exigencias que les imponían los vencedores –como devolver Alsacia y Lorena o unas astronómicas compensaciones materiales– y las transmitieron a Berlín con la obligación de responder en 72 horas.
El 11 de noviembre de 1918, cerca de agotarse el plazo, las delegaciones volvieron a reunirse, a las 02.15 de la madrugada, y tres horas después firmaron los 24 artículos del armisticio bélico.
“Quien redactó el texto puso el papel carbón del revés, así que no hay más ejemplares que el original”, que se conserva en el Ministerio de Defensa francés, relata Letemps. l