Claro Jesús Díaz Pérez acompaña a la delegación de Manos Unidas de Ferrol en su semana dedicada a la lucha contra el hambre y la pobreza, que lleva la experiencia de los misioneros a varios centros educativos de la ciudad. Su trabajo se centra en las comunidades de la zona de costa del caribe en Nicaragua, una población de las más pobres de un país que ya es por sí mismo uno de los que padecen más miseria del mundo.
¿Qué proyectos se están llevando a cabo desde las misiones y Manos Unidas en Nicaragua?
He trabajado con Manos Unidas en un proyecto de escuelas rurales multigrado. Se trata de conseguir la escolarización de niños del ambiente rural, que nunca lo estuvieron. Allí construimos 26 escuelas y un salón de usos múltiples. Ahora, mi propósito en la campaña es visibilizar y concretizar en un país y en un sector, la educación en este caso, la labor que Manos Unidas realiza en sesenta países.
¿Cuántos misioneros trabajan en la zona?
Estamos seis españoles del Instituto Español de Misiones Extranjeras –Ieme–pero también hay de otras nacionalidades. Es una iglesia joven, de primera evangelización, de hecho, se ha celebrado recientemente el centenario de la creación de aquella circunscripción eclesiástica. Como misionero atendemos pastoral, espiritualmente y a la mejora de las condiciones de vida de los campesinos –alimentación básica, procurar una mínima educación primaria, aspectos de salud, etc–.
¿Con qué necesidades prioritarias se encuentran a diario?
En los últimos ocho años hemos venido trabajando en los objetivos del milenio, yo concretamente en el terreno educativo. Se han escolarizado unos 600 niños y creado una infraestructura de escuela, además de formar “maestros empíricos”, porque no son profesionales, son campesinos con un mínimo nivel, algunos de los cuales llevan ya diez años en estas tareas. La parroquia atiende otras necesidades, porque es un territorio aislado, sin vías de comunicación sin ser fluviales. Los campesinos tienen una economía de subsistencia.
¿Cómo decide Manos Unidas dónde ayudar y cómo lo hace?
Manos Unidas utiliza los cauces de la iglesia católica para llegar a los sitios más alejados y a las necesidades más importantes. En Nicaragua empezamos a trabajar con el Instituto Misionero hace casi 25 años. Ahora atendemos a unas 60 comunidades rurales pero los primeros años era una parroquia nueva, formada por campesinos mestizos que llegaban buscando tierras en el atlántico y se asentaban a las orillas de los ríos de Bluefields. Los niños no sabían ni leer ni escribir y el 80% de ellos nunca habían estado escolarizados. Así empezamos la escolarización en las propias capillas. Después presenté un proyecto a Manos Unidas para construir una sede y se logró levantar 32 escuelas y un salón de usos múltiples. Poco a poco se consolidó la iniciativa y se acudió al Gobierno para realizar una especie de convenio por el cual se otorgaban ayudas a los maestros rurales. Hoy el proyecto es autosostenible, tras el empuje inicial de Manos Unidas.
¿Qué trabajo está desarrollando ahora en los colegios?
Estaré tres años en España de animación misionera, con la colaboración de Manos Unidas para concienciar de la necesidad de ser sensibles a un problema que afecta a más de 800 millones de personas que pasan hambre en el mundo. También se trata de darle rostro a las gentes de Nicaragua, con realidades concretas, en mi caso en el sector educativo. En los colegios no solo se recauda dinero para financiar proyectos sino que se da a conocer otras realidades para las que todas las manos son necesarias.
¿Cómo afecta la escasez de vocaciones a las misiones?
Nosotros somos 30 sacerdotes para 60.000 kilómetros cuadrados pero allí la iglesia se sostiene por la colaboración de los laicos. El futuro pasará por la implicación de los laicos en las tareas de evangelización y en las tareas pastorales que tengan que hacer. Es un recorrido que ya las iglesias latinoamericanas tenemos hecho. Porque allá nosotros solo visitamos las parroquias para celebrar la eucaristía dos veces al año y el resto del tiempo están los delegados de la palabra, que son laicos que presiden la celebración de la palabra cada fin de semana.