Llevábamos una temporada en que el Papa Francisco no nos regalaba una decisión sorpresa, parecía que estaba escondido, salvo cuando acometió ceses importantes de responsables de las finanzas vaticanas que no han sido suficientemente explicados, como siempre. Parecía como si la bipolaridad se hubiese evaporado, por no pensar otros motivos. Pero hete aquí que apareció sorprendiéndonos con la firma de un “motu proprio” (real decreto), que imagino le habrá costado más de un enfrentamiento en el obsoleto Vaticano, por el que autoriza a las mujeres a ejercer en la Iglesia el “Lectorado” y el “Acolitado”. Autorización que ha sido presentada como un reconocimiento a la labor de la mujer en la Iglesia Católica y como un paso más en su plena incorporación en ella. Aunque hay que agradecerle el detalle, y lamentar las presiones que habrá soportado, imagino que después de la firma se habrá fumado un puro porque… ¡manda caray! Exclamación que en un ambiente más informal la expresaría de la manera que están pensando.
Y lo digo contundentemente porque el Concilio Vaticano que finalizó en el año 1965, es decir, hace 56 años, acordó que tales servicios los ejerciesen los laicos, y las mujeres lo son. Solo ha tardado la Iglesia medio siglo en cumplir tal acuerdo en lo que respecta a las mujeres y por fin reconoce que ellas pueden leer, que ya lo hacen, la Palabra de Dios en las liturgias. Pero ahora es oficial y por tanto pueden ponerse un alba para ello. Igual que con lo de ser acólitas; ya pueden ser monaguillas y, cómo no, ponerse el alba y si es menester, ayudar a dar la comunión. Eso, un gran avance además de una tomadura de pelo.
Si, 56 años para formalizar la decisión de permitir oficialmente lo que estaban ya haciendo por indicación y autorización del cura y que ahora se justifica como una de las grandes conclusiones de aquel debate generado (entre otros) en el Sínodo para la Amazonia sobre el sacerdocio de hombres casados y la participación de la mujer.
Todo esto trae a mi cabeza a Castelao cuando decía “mexan por nos e ainda hai que dicir que chove”.
¡Cuánto camino queda!