No me estoy despidiendo de los posibles y amables lectores de esta modesta columna, en la que vengo escribiendo desde hace algún tiempo. Muchas veces repetimos esa palabra, ¡adiós!, y no por eso rompemos nuestra relación con las personas de las que nos despedimos. También tenemos que decir con frecuencia “adiós” a algunas cosas, que dejamos de usar o que perdemos.
Se puede decir ¡adiós! de manera mecánica o con sentimiento, incluso enfadados o serenos, con alivio por dejar de aguantar a alguien o con pena por todo lo contrario. No me voy a meter en el significado originario y más profundo de la palabra, que en algunos momentos se intenta sustituir por otras expresiones menos trascendentes, aunque con poco éxito. No por nada especial, pura mecánica y costumbre arraigada.
A veces nos pasa que cuando acabamos de leer un libro que nos ha gustado mucho, también nos puede ocurrir con otras cosas como una película o un viaje, nos da bastante pena pues no sabemos si encontraremos otro igual o mejor para seguir disfrutando. Pero en este caso siempre nos cabe el consuelo de seguir leyendo obras del mismo autor que hemos descubierto y del que no estamos dispuestos a despedirnos por completo. Hay experiencias que marcan y enriquecen y con las que estamos deseosos reencontrarnos continuamente.
Como supongo que a la mayoría, a mí me ha ocurrido muchas veces; por ejemplo con la lectura de los clásicos de nuestra literatura o con las obras universales de los grandes escritores. Me sucedió de joven con Pérez Galdós y Shakespeare, por poner dos ejemplos, y me sigue ocurriendo continuamente, hasta el punto que me siento cercano a obras y autores que ya forman parte de mi biblioteca y a los que acudo con frecuencia, en un ¡hola! y ¡adiós! casi continuos.
Reconozco, como se dice ahora en el estilo periodístico, cuando alguien declara algo que suscita cierto interés morboso, que últimamente mis preferencias literarias van más por el ensayo profundo y las obras de nuestros grandes pensadores modernos. Es verdad que hay que buscar la mayoría de esas obras de entre las de los filósofos, humanistas y científicos de la primera mitad del siglo XX. Pero no faltan descubrimientos recientes, uno de ellos es sin duda la obra de Joseph Ratzinger, que acaba de cesar como Pontífice de la Iglesia Católica.
Su “Introducción al cristianismo” o su trilogía sobre “Jesús de Nazaret”, por citar sólo algunos de sus escritos, los más asequibles y famosos, son una contribución espléndida desde la perspectiva filosófica y teológica, una verdadera gozada intelectual, si se me permite hablar así. Por tanto, por mi parte ¡adiós! que en el fondo significa ¡hola!, y sobre todo gracias.