El jueves pasado, el pleno del Congreso de los Diputado aprobó la Ley de Eutanasia, convirtiendo a España en el sexto país del mundo en legislar sobre lo que también se llama “suicidio asistido”. Esta Ley permite poner fin a la vida de una persona que se encuentra en situación irreversible de enfermedad o padecimiento. Recoge la Ley que tal decisión de muerte ha de ser tomada libre y conscientemente por el propio paciente o sus familiares en el caso de que el moriturus ya no esté consciente.
Una Ley que permite algo tan serio como quitar la vida a otra persona, se ha presentado y aprobado de una manera rápida y cuando menos sorpresiva, por no decir precipitada, y, que yo sepa, sin haber oído a las partes que pudiesen estar en contra. Hecho que llama la atención a mi nula cultura legislativa que me dice que cuando se plantea una Ley, es necesario oír a todas las partes afectadas. Que yo sepa no ha ocurrido tal circunstancia, que, si han sido oídas, retiro lo dicho.
Los argumentos que defienden tal Ley se basan en el derecho a una muerte digna. Y discrepo. A la vida, y por tanto a la muerte, las personas tenemos el derecho a transitar por ellas con total dignidad y respeto, tanto a la propia como a la de los demás. Ambas, nacimiento y muerte, van de la mano y son inseparables porque en sí mismas son iguales y el derecho a nacer y a morir los adquirimos a la vez; en el exacto momento de la concepción. Y morir es digno cuando llegamos a ese instante justo que se produce el paso de un estado de vida a otro de muerte asistidos tanto física como espiritualmente. Insisto: atendidos. Tal propósito ha de ser nuestra principal preocupación para con los demás, al menos así lo pensamos los cristianos que a tales “demás” les llamamos prójimo. El esfuerzo de todos en general y de los dirigentes en particular ha de ser por la vida y muerte digna y no en tomar medidas para acelerar la muerte. Por otro lado, aparte de principios cristianos, creo que es un peligro abrir “determinados melones” y más con la sensación generalizada de alevosía y nocturnidad, como es el caso de esta Ley.