es bastante triste pasar a la Historia por haber sido el último responsable de un gran desastre; entre los protagonistas de fracasos sonados se encuentra don Rodrigo, el último rey visigodo. Su derrota frente a los musulmanes invasores de la Península Ibérica, en la batalla de Guadalete del año 711, supuso la “pérdida de España”. Como suele ocurrir el triste final de la monarquía visigoda no fue responsabilidad exclusiva suya, los que le antecedieron en el trono habían puesto las bases para que aquello sucediera. Las peleas por el poder y las rebeliones secesionistas propiciaron que los árabes apenas encontraran resistencia.
En realidad don Rodrigo fue más una víctima que un fracasado; es verdad que no pudo defender su reino, pero murió en el intento y nunca traicionó a los suyos. A mí que soy de la generación que se aprendía la lista de los reyes godos, don Rodrigo me caía incluso bien. Es el único de esa larga y tediosa lista que ha merecido el tratamiento de don y nunca lo ha perdido. Su nombre forma parte de nuestros usos onomásticos, a diferencia de lo que ocurre con el del resto de los reyes visigodos. A nadie se le ocurre llamarse Chisdasvinto o Recesvinto y mucho menos Égica o Vitiza, personajes bastante más siniestros.
Incluso comparado otros grandes perdedores de la Historia, don Rodrigo sale bien parado. El último emperador romano Romulo Augustulo fue un pobre hombre, depuesto de manera casi vergonzante. Lo mismo le ocurrió a Boabdil el Chico, contrapunto de don Rodrigo, pues tuvo que entregar Granada a los Reyes Católicos en 1492, poniendo fin a la dominación musulmana en la Península Ibérica. Según la tradición, su propia madre, la de Boabdil, al ver que lloraba, le reprochó que no hubiera sabido defender su reino.
Además, a diferencia de lo que ocurrió en estos y otros casos, que supusieron la desaparición definitiva de las entidades políticas, la destrucción del Reino de Toledo no fue el fin de la realidad histórica de España cristiana. Sucumbir al Islam de los Omeyas, que estaban sometiendo por entonces a medio mundo, resultó ser algo casi irremediable. Pero, en su caso, la islamización no fue definitiva como ocurrió, y aún ocurre, con el resto de los territorios y pueblos que han ido cayendo bajo dominio musulmán. La vieja Hispania romano-visigoda sobrevivió en la conciencia de los focos cristianos de la Reconquista, hasta acabar siendo, como ya he dicho, el único territorio islamizado que con el tiempo dejó de serlo. Y esa es la gran diferencia con otros desastres históricos, que la España “perdida” volvió a resurgir con más fuerza de sus cenizas. Esperemos que siga resistiendo los avatares del tiempo.
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