Ami hijo pequeño le piden una redacción sobre el respeto. Quiere hacerla. Está emocionado en redactarla. El porqué se la piden es otra cuestión. Pero es bueno inculcar a los niños desde el primer momento el respeto. Respeto a sí mismo, pero sobre todo, respeto a los demás, en su interacción, en su infancia, en su hogar, en su colegio, en sus momentos de juego y ocio. Seres para la convivencia, la palabra, el diálogo, el respeto, en suma.
Se antoja muy difícil explicar y vivir el respeto si uno va a un campo de futbol, o ve colectivamente una retransmisión. Nos despojamos de la cordura, habitamos en la locura, la visceralidad, las pulsaciones más cainitas, el instinto más demoledor. La furia, la rabia, la ira, el insulto, la flema, la carótida apunto de estallar. El silbido, el estruendo, el abucheo, sobre todo al adversario, la peineta, el escupitajo, el arrojar objetos al campo y a la caza del jugador adversario, el denigrar al mismo con gestos obscenos o lanzando ciertos alimentos, bengalas, lo hemos visto todo. Incluso algunos lo jalean, la azuzan, lo estimulan, lo incitan.
Una vergüenza que es el reflejo de la moralidad y la ralea o catadura moral de una parte de la sociedad. Donde la adrenalina y la confusión se deja rienda suelta por la pasión y el desahogo del vocerío insultante y denigrante. Donde se trata de amedrentar y contorsionar al adversario en el vacío inmenso de la indiferencia y el insulto procaz. A veces incluso se insulta y silba al del propio equipo.
Llega el gol y todos se vuelven locos, música en el estadio atronadora con los cánticos o himnos del club y los aficionados en el culmen del éxtasis explotan de alegría y rabia, tensión y concentración. Veo a padres con niños muy pequeños que se transforman en otra persona que nada tiene que ver. Veo a adolescentes con un dominio brutal del vocabulario altisonante, el insulto y el rosario de expresiones más sutiles que ni la RAE contiene. Veo a gente mayor, tallada por el paso de los años y acrisolada por la realidad de la vida transformados en energúmenos que no enseñan nada parecido al respeto. Es una parte, no toda, de lo que a veces se ve en los campos. Da igual de primera, de segunda, regional, preferente, y la edad de los chavales. Vemos a padres con chavales que juegan de ocho o diez o doce años a los que se les va la vida y la vena, que exclaman e insultan, jalean e incitan. Sin respeto por sus propios hijos, los del equipo contrario, o el árbitro.
Durante 93 minutos a un jugador capitán de un equipo rival, pero criado y destetado en ese mismo campo hoy rival le insultan sin descanso. Con rabia, con flema y con escarnio. Unos cuantos gritan a destajo, otros aplauden y se dejan contagiar, y el resto calla cómplice. Es la radiografía pasional de una forma de comportarnos. Es mala educación. Es falta de respeto. Pero se ha ido perdiendo y nadie parece que quiera recuperarlo.