LO QUE ME TRAJE DE ARMENIA

AArmenia no se viene a pasarlo bien; se viene a disfrutar”. 
Con estas palabras nos recibió Evelina Manukyan, nuestra guía, a nuestra llegada, muy tarde por la noche, en el aeropuerto de Zvartnots.
Fue a la mañana siguiente cuando empecé a descubrir los profundos contrastes de un país de honda y antigua tradición que –tras muchos avatares históricos– acabó formando parte de la Unión Soviética hasta su caída, en 1991. 
No pude dejar de ver las fábricas abandonadas de la época soviética y el deficiente estado de conservación de los edificios civiles de entonces, como no pude dejar de admirar su riquísimo patrimonio cultural y artístico; percibí el apego de sus gentes a la tierra y la fuerte espiritualidad y simbolismo de sus “khachkars” como elementos mediadores entre lo secular y lo divino; me emocioné con la música dulce y triste del duduk; descubrí que Ararat es íntimamente armenio por mucho que su cumbre se alce al cielo desde el suelo de Turquía y gocé de los sabores y los colores de Armenia.                                 
Las iglesias de Hripsimeh y de Echmiadzin; los monasterios de Noravank, Geghard,  Sanahin…,testimonio de la tradición religiosa de un país que fue el primero en abrazar el cristianismo; las ruinas del templo de Zvartnots; el monasterio de Khor Virap, tan cerca del monte Ararat con su cumbre nevada; el lago Sevan y los verdes paisajes que lo rodean; el templo pagano de Garni junto al hermoso desfiladero cuyas erosionadas paredes basálticas han dado lugar a una hermosa “sinfonía de piedras”; la emoción contenida ante las imágenes y la llama eterna en el Museo y el Memorial del Genocidio, donde una música tristísima rompe el silencio en recuerdo y homenaje al millón y medio de armenios deportados y exterminados por el gobierno de los Jóvenes Turcos entre 1.894 y 1.915, son imborrables recuerdos de mi viaje a Armenia.          
Recorrer Ereván bajo un sol de justicia y adentrarme en el Matenadarán, donde se guardan con celo los más antiguos manuscritos, o en el Museo de Historia, donde la historia se escribe en piedras, vasijas, vestimentas…; viajar hacia el sur, al Cáucaso Menor, cerca ya de la frontera con Irán, para adentrarme en una cueva y visitar la bodega más antigua del mundo; calmar la sed en el chorro fresquísimo de alguna fuente; compartir el lavash, el pan tradicional, con los compañeros de viaje; viajar por carreteras tortuosas, melladas por los corrimientos del terreno, son fotografías que están en el archivo de mis vivencias y también en aquel más prosaico al que la tecnología me permite recurrir de vez en cuando para refrescar la memoria. 
Pero hay otras huellas más intangibles que forman parte del equipaje que me traje de Armenia: la cordialidad y la calidez humana, el ejemplo de la dignidad de sus gentes en su vivir humilde, la constatación de que hay valores que no se han perdido, la vivencia de lo bueno y lo menos bueno que gentilmente me ofrecieron,  hacen que pueda decir sin rubor alguno que Armenia me tocó el corazón y que, todavía hoy, al volver a leerlas, me emocionen las palabras que vi grabadas en piedra en el Arco de Charents, pertenecientes al poema “Para mi dulce Armenia” de Yegisheh Charents, uno de los más queridos poetas armenios:  “Recorre el mundo: nunca encontrarás una cima tan pura como la del Ararat; como un impasible camino a la gloria, yo amo mi montaña Masis”. 
Y es así que puedo entender la emoción que sentía aquella joven de la diáspora que me encontré en el aeropuerto de Moscú, en tránsito hacia Ereván, que, pese a haber nacido en Kuwait y residir en Oslo, iba a pisar por primera vez la que ella consideraba su tierra.
Creo haber sido, más que un turista, un viajero que regresa con la maleta más cargada. Me traje mucho de Armenia pero todo este tiempo, desde mi regreso, me he estado preguntando qué parte de mi se quedó enganchada en su dulzura, en aquella sencillez con la que unos artistas locales nos agasajaron cantando ópera bajo la sombra de un árbol o en aquel sonido del duduk que siempre –ahora lo sé– me hablará de Armenia.
 

LO QUE ME TRAJE DE ARMENIA

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