Como para según qué cosas de europeos tenemos poco, lo que de cenar a las ocho de la tarde no nos convence. De ahí que los restaurantes lleven semanas con el libro de reservas en blanco a partir de las tres de la tarde. Que su horario nocturno se amplíe desde mañana hasta las once, coincidiendo con el inicio del toque de queda –retrasado una hora– les da un balón de oxígeno. Y a los gallegos les permite acercarse al recuerdo de la vida antes del virus, cuando salir a cenar era tan natural como lo es ahora acordarse de la mascarilla nada más cerrar la puerta de casa. Pequeños pasos, pero en la dirección correcta. La que se dirige al final de la pandemia. Aunque aún queda un buen trecho, de ahí que se mantenga el cierre perimetral de la comunidad y que los bares sigan con su horario de apertura hasta las nueve de la noche. Parece que el tardeo se quedará un poco más entre nosotros y nuestro cuerpo agradecerá las horas de sueño recuperadas. Todo tiene su lado bueno.