Quizá sea la primera vez que las salas de vistas de la Audiencia Provincial de Madrid hayan acogido un relato tan dantesco como el del caso del "caníbal de Ventas", el del joven que, llevado por las "voces" que oía en su "mundo imaginario", mató a su madre y comió sus restos.
Sentado desde el pasado lunes en el banquillo, Alberto S.G., de 28 años, apareció en la sala con el "look" de otros jóvenes de su edad: pantalón vaquero y sudadera oscura con capucha.
Con ella se cubrió la cabeza. Lo hizo sentado junto a su abogada y bajo la mirada de un jurado que probablemente no daba crédito a lo que estaba escuchando. La mascarilla ha ocultado el gesto de posible espanto de estas nueve personas que en pocos días tendrán que dictar su veredicto.
La descripción del crimen por parte de los agentes de la Policía y los detalles de cómo en febrero de 2019 encontraron los restos de la víctima en la casa del madrileño barrio de Ventas se asemejan más a la sinopsis de una película "gore" que a la realidad. Pero ocurrió.
Solo siguiendo el juicio se puede entender que el Ministerio Fiscal pida solo 15 años de cárcel para el acusado. Habrá que esperar a la declaración de los peritos, prevista para la semana que viene, pero con los testimonios ya oídos, incluido el del propio Alberto S.G., ha quedado demostrado el deterioro mental del joven.
Botellones y un erasmus en Grecia
Alberto estudiaba Contabilidad y Finanzas y se fue de erasmus a Grecia. Fue allí, según el relato de su hermano, cuando comenzó a estar "ido".
Hasta la capital helena tuvo que viajar su hermano alertado por los amigos de Alberto, que ya había dado inequívocas señales de que no estaba bien. Vivía "en un mundo imaginario", resumió.
Durmiendo en la calle se lo encontró. "Decía que le habían atracado y que tenía que escapar de allí, pero era mentira, sólo eran historias que se montaba en su cabeza", explicó ayer viernes el testigo en el juicio, donde aseguró que Alberto se iba mucho de botellón y fumaba porros.
El hermano mayor de Alberto sospechaba que este maltrataba a su madre, María Soledad Gómez, de 66 años, pero nunca lo presenció. Quizá por eso no lo denunció, a pesar de que era consciente de que los enfrentamientos del acusado con su madre comenzaron en 2008 tras la muerte de padre.
"Estaba depresiva y desatendió la casa", explicó ayer el testigo, que no ha querido ejercer su derecho a la acusación particular.
"Mata a tu madre"
De casi nada se acuerda Alberto, al menos eso reconoció el martes ante el jurado. Con cierta dificultad, como disperso posiblemente por la medicación que toma, dijo que desde que tenía 15 años escucha voces.
Voces que le decían: "Mata a tu madre. Te voy a descuartizar". Incluso la televisión le trasmitía "mensajes ocultos".
A nadie contó que escuchaba esas voces "de amigos, conocidos e incluso famosos". Ni a la Policía ni a los psiquiatra que le examinaron. No lo hizo -dice- por miedo, porque esas voces le "amenazaban". Y porque a veces simplemente se le olvidan las cosas.
Por eso a casi la mayoría de las preguntas durante su interrogatorio respondió con la misma frase: "No lo recuerdo".
Sí relató que comenzó a oír voces a los 15 años, cuando sufría una incontinencia urinaria y sus amigos se reían de él. Y que se agravó en Grecia y por el consumo de drogas.
Su situación empeoró cuando se fue de casa por el excesivo consumo de alcohol y drogas, que obligó a su ingreso hospitalario en varias ocasiones por problemas mentales.
La escena
El relato durante el juicio de los policías que acudieron al piso de María Soledad Gómez el 21 de febrero de 2019 es aterrador.
Una amiga de la víctima denunció que esta podía estar en peligro y hasta la casa acudieron los agentes, que tuvieron que convencer a Alberto para que les abriera tras preguntarle repetidamente dónde estaba su madre.
El joven les dijo que estaba en casa. "Dile que salga", le insistieron los policías hasta que Alberto les reconoció que no podía "porque estaba muerta".
De estar muy nervioso pasó a "quedarse completamente tranquilo", según el relato de la patrulla que llegó en primer lugar al piso y cuyos dos agentes fueron los primeros que vieron parte de la escena dantesca: numerosos restos humanos por todo el piso, algunos en táperes.
La cabeza de la madre, con el cuero cabelludo separado, estaba sobre la cama, en el dormitorio principal. Cerca estaban la dos manos con la uñas largas, pintadas, y en una estantería un envase con el corazón y un tenedor.
La ristra de restos seguía por el baño, donde se hallaba el serrucho viejo con el que pudo desmembrar las partes más duras del cuerpo. También por el salón y la cocina americana, donde encontraron táperes y platos con restos humanos y una parte, posiblemente un muslo, que podría estar cocinado. En la basura, unas costillas roídas.
Tras ser arrestado, Alberto confesó el crimen con detalles a un agente, al que conocía porque le había pillado consumiendo droga o infringiendo la orden de alejamiento que tenía sobre su madre -contaba en ese momento doce antecedentes policiales-.
"Contó de forma espontánea que había matado a su madre y que había descuartizado el cuerpo. Y que este cuerpo se lo comía unas veces cocinado, otras veces de forma cruda, y otras veces se lo daba al perro", todo ello "como una conversación tan normal", con "naturalidad y frialdad", explicó el agente al jurado.
Cuando fue descubierto tenía restos de sangre seca en la comisura de los labios y trozos de carne en las uñas.
Uno de los agentes relató que Alberto confesó "totalmente tranquilo" el crimen y el canibalismo y que "estaba preocupado por el perro".
El juicio seguirá la semana que viene con pruebas periciales, las más importantes las relativas al estado mental del acusado. De esta valoración va a depender la pena.