Cualquier observador más o menos atento a la realidad del presente es muy posible que se pregunte, extrañado, por qué en este tiempo se plantean, con ocasión y sin ella, determinados recortes, limitaciones, de las libertades, individuales y sociales. Es una pregunta que no es baladí y que manifiesta, a mi juicio, la temperatura democrática que realmente discurre por las venas de nuestro sistema político especialmente en tiemposde excepcionalidad a causa de la pandemia.
En efecto, por paradójico que parezca, la llamada “extensión de los derechos civiles” ha conducido a flagrantes restricciones de las libertades de quienes son considerados por la tecnoestructura dominante ciudadanos, hombres y mujeres, que no merecen disfrutar de determinadas posiciones y situaciones jurídicas porque no abrazan con la suficiente intensidad los nuevos dogmas que se pretenden imponer desde la cúpula. Por ejemplo, quien afirme que la libertad de expresión tiene límites desafiando el pensamiento correcto, que se atenga a las consecuencias de un juicio sin defensa, sin contradicción , de determinada opinión pública, que lo condenara extra muros del sistema.
Así las cosas, no es difícil certificar que la libertad de expresión está amenazada, que la libertad educativa está en peligro, que la libertad de investigación se condiciona, que la libertad religiosa se persigue, que la libertad de expresión. En resumen: la libertad ideológica solo se permite según en la forma y dirección que determina la tecnoestructura dominante.
Probablemente, la razón de tales prácticas reside en el espíritu autoritario que anima todas estas operaciones de restricción de las libertades. Se trata de prácticas que se alojan en el espíritu autoritario que anima una forma de pensar, y de actuar, tanto en el mundo político, como en el financiero o en el mediático. Es decir, quienes mandan en estos espacios creen, a pies juntillas, que tienen la sacrosanta tarea de liberarnos de determinadas formas de ver la vida y de entender la sociedad que a priori juzgan peligrosas y nocivas para la salud ciudadana. Por eso, quienes no se alineen con las nuevas modas sociales deben ser expulsados del espacio público, y, por cierto, que den gracias, de que sus ocurrencias las puedan desplegar ámbito de la conciencia individual.
Es decir, se lesiona el pluralismo y la libertad. Las terminales de la tecnoestrura determina quien es demócrata y quien no lo es, quien ejerce legítima y lícitamente la libertad, y quien está en el camino del error, de la perdidión cívica. Y, casualmente, de esta sutil y orquestada operación suelen salir favorecidos quienes están matriculados en el tecnosistema dominante que hoy presume de monopolio de certificado de buena conducta democrática.
Pues bien, frente a tanta censura: libertad, libertad y libertad; pluralismo, pluralismo y pluralismo; respeto a la diversidad, tolerancia positiva y menos prepotencia, menos autoritarismo, menos fundamentalismo y menos totalitarismo. Aunque no nos gusten las opiniones ajenas, tenemos que acostumbrarnos a convivir con ellas en un ambiente abierto, plural, dinámico y complementario siempre, claro está, que no supongan apología de la violencia o agresiones directas a las convicciones más íntimas de las personas.
Ciertamente, no son buenos tiempos para las libertades. Por eso, la lucha por su realización se presenta como tarea apasionante para quienes aspiren al libre pensamiento, a la visión crítica y a expresar sus propios puntos de vista con pleno respeto a las ideas y convicciones de los demás.
Hoy, en tiempos de pandemia, en un momento en que se cierne sobre nosotros, como antaño, la deriva totalitaria y autoritaria, ojala que los ciudadanos se entrenen cotidianamente en la práctica de las libertades, Nos va mucho, muchísimo en ello.