Ahora bien, si no tenemos ese espíritu de quietud interno, difícilmente vamos a generar ese aire de concordia que fortalece nuestra debilidad. A propósito, la primera tarea de poeta que todos llevamos consigo, es la de gestar un mundo abierto. Uno debe de aprender a reprenderse, a salir de uno mismo, a vincularse en otros corazones para que el sueño de los inherentes latidos se hagan realidad, en ese poema viviente, en el que resida la mano tendida siempre, acuñada por el inmaculado deber de la hospitalidad y el diálogo constructivo para estrechar lazos, activar el respeto de los derechos humanos y la consecución de un avance inclusivo y sostenible. Ante este entorno, hoy más que nunca, tal vez necesitemos líderes que activen otras atmósferas, más bien de cultivo de una mayor conciencia crítica y no sólo el bienestar material. En consecuencia, no podemos clausurar nuestros propios andares a una vida encerrada, tenemos que propiciar el movimiento de progreso, pero igualmente dignificarnos como especie pensante.
Lo que no puede hermanarse son sociedades empedradas, que no sienten, polarizan y marginan. Quizás tengamos que aprender a repoblarnos de poesías, a vivir como pueblo y a juntar todos los huertos en un nosotros, que nos pongan alas a la vida y nos hagan familia; antes de que reaparezca una cultura de muros que nos impida ver el horizonte de lo humano en lo trascendente, que es lo que en realidad nos hace volar, después de haber sido golpeados por sistemas que atesoran únicamente beneficios, corrompiéndolo todo con tendencias ideológicas vengativas, manipulando y falseando hasta nuestro personal destino poético.
Con la transparencia al poder y los sueños de la libertad a escena, seguramente puede ayudarnos a vernos más vivos, junto a ese carácter amable de confrontar ideas, reconstruyendo puentes. Vinculémonos de verdad, bajo este quehacer de principios y valores.