Emilio Celeiro (A Coruña, 1928) trae a la galería ARGA su obra más reciente, inspirada en los arcanos del Tarot, en la cual vuelve a dar muestra una vez más de su extraordinaria y polifacética capacidad creadora que desde su primera exposición en 1954 hasta hoy ha ido transitando por los más diversos caminos (escultura, cerámica, grabado, pintura...) para reflejar las poderosas fuerzas generadoras, en evolución y mutación continua, de la naturaleza y del cosmos,. Así, ha nacido de sus manos todo un multiforme universo de seres que participan de las configuraciones de todos los reinos; a menudo se trata de híbridos donde lo antropomorfo se funde con lo zoomorfo e incluso con la máquina, como dejó constancia en su muestra “Mutantes” de 2015, en el Palacio Municipal. Su horizonte está, no obstante, en el acercamiento al misterio de la vida y a la patética lucha del ser humano por desprenderse de su carcasas negativas, de sus restos animaloides y de autogenerarse un ser luminoso para alcanzar la plenitud. En esto anda, creemos, su maravillosa y personal versión del Tarot, donde cada carta, aún basándose en el simbolismo tradicional, abre nuevas lecturas, en una línea que podríamos calificar de junguiana, pues lleva las citas que Sallie Nichols hace en su obra “Jung y el Tarot”. Lo primero que llama la atención es la resolución plástica, sobre todo el delicado cromatismo, en el que predominan las gamas azules y grises; también la estructuración de los fondos en planos geométricos que, a veces, parecen abrir una puerta hacia una alba dimensión, como en La Justicia, y otras ofrecen la tensión de quebrados ángulos inter-penetrándose, como en La Fuerza. En cuanto a las figuras son de una absoluta originalidad formal, su Loco, por ejemplo, muestra un gesto gracioso y una divertida carita de pícaro, pese a los arañazos que le insufla el gato-diablillo; su Mago flota con su tablero en el espacio azul, como si realizase una jocosa pirueta; el Ermitaño aparece como arropado entre los pliegues de una tela blanca y porta, en lugar de farol, un péndulo estrellado, con el que parece querer medir las fuerzas del inmenso vacío nocturno. El Diablo tiene forma de cornudo macho cabrío y esconde, al acecho, su hartera cabeza, en un picudo capuchón color tierra. La Torre, fulminada por un rayo celeste, se quiebra en pedazos, arrojando al vacío la soberbia humana Si toda su obra está transida de profundos significados anímicos que representan la incansable búsqueda del ser humano y de todas las criaturas, por encontrar el sentido y la plenitud, en el tremendo misterio que es la Creación, pensamos que con este viaje por el Tarot culmina de un modo espléndido, tanto por la bella resolución plástica como por los simbolismos que despliega, en los cuales él es, a la vez, el Loco, el Ermitaño, el Enamorado, el Emperador, el Mago, la Fuerza, e l conductor del Carro... y, desde luego, el contemplador triunfante de la última carta: El Mundo, al que sitúa en el vacío delante del planeta tierra, con sus destinos indisolublemente unidos.