En septiembre de 2021, Abanca cerraba la sucursal de San Valentín en la que supuso —al menos hasta el momento— la última lucha del vecindario. No obstante, como la entidad bancaria, han sido decenas de negocios los que han ido bajando la persiana desde la reconversión, resistiendo otros como la farmacia de los Alcorta, una lavandería, establecimientos de ultramarinos, el economato, la peluquería Tonos, el estanco, un puñado de bares y, por supuesto, Pachú, al que algunos califican con retranca —pero sin faltarles un ápice de razón— como “El Corte Inglés” del barrio.
No en vano, es un bazar en el que se puede encontrar desde lencería a pinturas para la pared, pasando por hilos, menaje de cocina, batas o herramientas. Vamos, que tiene un poco de todo lo que una puede necesitar. Al otro lado del mostrador están Ana y Humberto Basoa Rioboó, que heredaron junto a su otra hermana el negocio que sus padres levantaron cuando San Valentín era una barriada recién estrenada.
“Mi padre trabajaba en la empresa, pero tuvo una enfermedad desde joven y abrió su primer comercio, junto a mi madre, en el bloque cuatro”, recuerda Ana, precisando que “fueron tiempos de oro porque acababan de dar las casas y todo el mundo quería cuberterías, vajillas... Desde una camiseta hasta la moqueta para el suelo que se llevaba en la época. Todo lo necesario para emprender una nueva vida”.
En aquel momento, la tienda se llamaba “Celma”, cogiendo la primera sílaba de ambos nombres de la matriarca, Celsa María, “pero todo el mundo la llamaba Pachú, daba igual lo que pusiera en el rótulo, así que lo cambiamos formalmente”. Después de ampliar al local de al lado, cuando empezó el reparto de las torres sus padres no se lo pensaron y compraron el bajo actual.
“Todos habíamos enfocado nuestras vidas en otras actividades. Mi hermana, aunque trabajó aquí desde los 13 años, estudió y ejercía de auxiliar de clínica. Mi hermano se preparó para protésico dental. Yo estudié Arquitectura de Interiores y nuestro otro hermano se fue a vivir a Pontedeume. Sin embargo, cuando se jubiló mi madre y nos preguntó qué hacíamos con el negocio, quisimos probar y, al final, nos hemos llevado siempre muy bien, que es complicado. El vínculo se hizo más fuerte”, valora Ana.
Ella lleva 32 años trabajando allí, pero basta con estar un rato en su interior para darse cuenta de que Pachú es algo más que un bazar. Y no solo porque los perros de San Valentín sepan ya que siempre tendrán un premio cuando pasen a saludar, sino porque “después de tantos años es imposible no cogernos cariño. Es como una familia. Sabes del día a día de la clientela, sus problemas, sus enfermedades... Hay gente que viene a hacer terapia y saben que lo que cuentan aquí, se queda aquí”, sonríe Ana, concluyendo que “el comercio local siempre es una apuesta segura por este tipo de cosas, por la confianza y porque se crea un vínculo”.
Por su parte, Paz Fernández Correa, Alberto Sellero, Aitor Alcorta y Bárbara Fernández hacen memoria para elaborar el inventario de los negocios que fueron sucumbiendo desde su infancia. Además del ambulatorio, que funcionó hasta julio de 1994 —cuando abrió el nuevo centro de salud de Fene—, recuerdan al practicante, a la pajarería —“siempre olía a alpiste, te cambiaba novelas y te regalaba Sugus”—, la tienda de reparación de calzado, varios kioscos, el economato de fresco y de otros productos por separado, tres librerías, una tienda de discos, sala de juegos con billares, más estancos, droguería, una pastelería, dos tiendas de telas, una de deportes, otras de ropa, de lencería, una herboristería, la ferretería, una floristería, más peluquerías, hamburguesería, el Banco Pastor y una larga lista de bares que no cabrían en estas dos páginas.