“Un robot para la abuela” es una oda al envejecimiento, pero también a las nuevas tecnologías. Helpman es un robot cuya función es hacer compañía a los abuelos que viven solos. Un nieto bienintencionado decide que este sería un buen presente para su abuela. Ella, que se encuentra en el intermedio de ser curiosa a la par que testaruda, hace que el autómata se enfrente a un sinfín de tareas del hogar como cocinar o limpiar el polvo. Aquí surge una sinergia más allá de los sentimientos humanos y los cables, y que se traduce en escenas cotidianas, sí, pero completamente disparatadas y cómicas.
Detrás de esta trama se encuentra Ángela Castro (Ferrol, 1979), que a pesar de que sobre el papel es ingeniera, también se ha animado a sacar adelante proyectos como una tabla de cortar que fue comercializada por IKEA y, ahora también se ha hecho con la mención de honor Elia Barceló en el III Premio de Álbum Ilustrado. Todo esto porque, como ella misma asume entre risas, “soy un culo inquieto”.
En parte, esta obra, que no es otra cosa que “un relato desenfadado sobre el aislamiento en personas mayores, que explora como la tecnología, incluso con sus imperfecciones, puede convertirse en una herramienta para combatir la soledad no deseada y construir vínculos provistos de empatía”, va un paso más allá, puesto que “acepta”, expone la autora, que los nuevos avances pueden ser “aliados en los sentimientos del corazón”.
Esta propuesta nace porque la creatividad siempre estuvo dentro de las cualidades de Castro, que cuenta que desde pequeña “fui a todos los certámenes que pude”, pero al crecer y centrarse en una ingeniería, sus aficiones quedaron un poco relegadas. Después, entre la profesión y la crianza de los hijos, no encontraba un momento donde retomar pero “la cabra tira al monte”, asegura entre risas, y “lo que te gusta acaba regresando y toma parte en tu vida”.
El 2016 fue “un año un poco caótico”, explica. Nacía su segundo hijo, su padre se enfrentaba a una metástasis y su madre al parkinson. En este punto, la artista decidió coger una excedencia en su trabajo y, en un momento en el que su vida se centraba en los cuidados, encontró en los textos y los dibujos una “especie de oasis” que le permitía frenar en el día a día y que, en perspectiva, confiesa que “le permitía sanar” en un contexto tan difícil. Ella, que se ha encargado de transmitirle a sus pequeños el amor por los cuentos, acabó creando invenciones con ellos.
En pleno Covid-19, en el que asume que su casa también pasó “por los típicos momentos de repostería, manualidades y talleres varios”, llegó el momento de empezar a escribir pero de manera más profesional. “Por casualidades de la vida, y en plena pandemia, vi que la escritora Gracia Iglesias hacía una serie de cursos y decidí apuntarme”.
Así empezó todo. Iglesias contactó con ella y le ofreció una de las nueve plazas que había en su mentoría, “y fue uno de esos momentos en los que te das cuenta de que está pasando el tren por delante de tu puerta. Solo había una opción: subirse. No sé muy bien ni cómo lo hice pero tampoco tuve dudas. Es una de esas cosas que, sin pensarlo previamente, se te dan bien”.
Gracias a esta oportunidad, nacieron, también, “las primeras interacciones con los certámenes y los envíos a editoriales”. Pero también pone en valor el trabajo de sus compañeras en los cursos de Iglesias. El buen ambiente permitió que se creasen sinergias en las que “nos corregíamos las unas a las otras”.
En este punto, quería más. Se fue metiendo en el mundo de la narrativa que, como ella confiesa “ahora mismo casi me gusta más”, pero algo en sí misma se lo decía puesto que asegura que “si algo es para ti, acabará llegando”, al igual que lo han hecho los reconocimientos.
Parafraseando a otro compañero del gremio, Ramón Veiga, asegura que “es muy satisfactorio una vez que ganas, pero hay una gran cantidad de veces que no lo haces”, reflexiona. “Hay mucha gente que tiene un gran nivel y cuando te alzas con un premio, es una gran alegría”.
Castro no descarta que su futuro esté en las palabras y los dibujos, es más, le “apasionaría” poder vivir, en un futuro, de la disciplina que la ayudó a revivir.