Los orígenes de la revolución industrial en España están en Cádiz, Cartagena y Ferrol, antes que en Cataluña y País Vasco, según un estudio del profesor Vicente Ruiz García, especialista en historia naval, que ha merecido el X Premio Pablo de Olavide, El Espíritu de la Ilustración.
“Los arsenales del Rey. 1750-1820. La revolución industrial que pudo haber sido” es el título de esta investigación, ahora publicada por la sevillana Universidad Pablo de Olavide y la editorial Glyphos, con prólogo de Antonio Miguel Bernal, catedrático de la Universidad de Sevilla y especialista en historia económica.
Ruiz García dijo que los grandes astilleros españoles de la segunda mitad de XVIII fueron “centros de innovación tecnológica preindustrial” en los que se construyeron los navíos más avanzados de la época, y que esas innovaciones se aplicaron en su construcción, con la especialización y división del trabajo que logró producir buques “en serie”.
Aquellas factorías navales, suponen, según el historiador, “un precedente esencial de los orígenes de nuestra tardía y fracasada Revolución Industrial”.
“Curiosamente la historiografía clásica de la Revolución Industrial no hace mención alguna a los arsenales de la Marina ni siquiera como episodio preliminar o aislado de la industrialización española en el siglo XVIII”, salvo excepciones como el historiador Carlos Martínez Shaw, según Ruiz García.
El de los Arsenales de la Real Armada es un capítulo histórico “prematuro, desconocido y paralelo a los orígenes de la primera revolución industrial inglesa”, con la que comparte “muchos rasgos” como “la especialización del trabajo, la concentración de gran número de obreros, la mecanización, la innovación tecnológica, el empleo del vapor como fuente de energía y la búsqueda y abastecimiento de grandes cantidades de materias primas”, según Ruiz García.
En estos astilleros “se pusieron en práctica nuevos métodos de ingeniería naval aplicando la tecnología más avanzada de su tiempo, dirigida por técnicos británicos, franceses y españoles que desarrollaron su talento diseñando los mejores navíos del mundo”.
Para la construcción de los barcos se empleó también la “mano de obra barata” de presidiarios y condenados a trabajos forzados “en unas condiciones miserables y extremas” que, según el historiador, “no debieron ser mucho peores de las padecidas por los obreros de las fábricas de Liverpool o Manchester en los inicios de la industrialización británica”.
Ruiz García define aquellos arsenales como “complejos protoindustriales estratégicos de primer orden” y como “verdaderos complejos fabriles” capaces de botar en poco más de medio siglo 237 navíos de línea, de ellos uno de cuatro puentes y 140 cañones, el “Santísima Trinidad”, trece de tres puentes, de entre 100 y 120 cañones, y el resto de dos puentes, con una artillería que iba de 35 a 86 cañones.
Navíos
Además de en los tres astilleros peninsulares, otros navíos se construyeron en América, principalmente en La Habana, algunos fueron especialmente longevos, como el “África”, el “Firme” o el “San Justo”, que fue uno de los pocos que salió indemne de Trafalgar, otros fueron tan avanzados tecnológicamente como el “San Ildefonso”, y algunas corbetas construidas en 1789, como la “Descubierta” y “Atrevida”, participaron en la expedición político-científica de Alejandro Malaspina.
Aunque los arsenales del rey “cumplieron con la mayoría de los factores que identifican a los primeros complejos fabriles” no hallaron continuidad por la Guerra de la Independencia, la interrupción del comercio con América, el frenazo demográfico, las malas cosechas “y por supuesto la actitud política”, entre otros factores señalados por Ruiz García en su estudio.