Pese a la mediocridad que caracterizó a nivel urbanístico y arquitectónico las intervenciones en el barrio de A Magdalena en las décadas de los 60 y 70, es posible todavía ver edificios y pasear por espacios que explican y justifican el carácter de Bien de Interés Cultural del barrio, una suma de etapas y nombres propios que abrillantan la configuración de un espacio revolucionario cuando se planteó, a mediados del XVIII.
Uno de esos nombres, entre Julián Sánchez Bort y Rodolfo Ucha, es Riva de Soto, eslabón imprescindible, tal como lo consideraba el profesor Bernardo Castelo (1950-2006), en “dotar a Ferrol de la imagen de ciudad”. Hace casi 19 años, en las páginas del suplemento Nordesía de Diario de Ferrol, Castelo subrayaba que ese fue su principal logro y que, para materializarlo, había impulsado un conjunto de ordenanzas en las que priorizaba la ciudad civil sobre la militar.
Esa dualidad fue una obsesión para Riva de Soto, que llegó a la ciudad gracias a la argucia del Concello –la ley estatal obligaba a que cada urbe tuviese un arquitecto, y él no lo era– de nombrarlo “consultor de obras públicas y privadas”, aunque en esencia desarrollaría las funciones de arquitecto. Su intención, descartada finalmente, de construir un mercado central en el campo de Batallones, o el célebre edificio Jofre –esquina de la calle Real con San Diego– con el que, decía Castelo, “compite descarada e intencionadamente con Capitanía, son pruebas de su “civilismo”.
“Llegó a Ferrol”, cuenta el arquitecto Ramón Montero, encargado de la rehabilitación de Real 159, “en la década de los 70 del siglo XIX, tras formarse en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. No era arquitecto, sino maestro constructor, una pequeña trampa que hacían los Ayuntamientos en aquel momento porque no había arquitectos para todos. Tenían una formación extraordinaria y eran excelentes profesionales en su oficio”.
Aunque quedan ejemplos llamativos de su legado, muchos fueron derruidos en la década de los años 70, según afirmaba Castelo. “De sus edificios sobresale su empaque, de impronta muy urbana que mira claramente a los modelos de Madrid y París: una arquitectura muy burguesa pero adaptada al grado cultural y al nivel económico del Ferrol de la época".
Por ello, añadía el autor de “Ferrol: morfología urbana y arquitectura civil” (Universidade da Coruña), sus inmuebles “son los más importantes y voluminosos de finales del XIX, pero precisamente por ser importantes, voluminosos y por estar bien situados, fueron los primeros que se demolieron en los años 70, por lo que queda muy poco de Riva de Soto. Y lo que queda, además, está modificado y ha sido muy mal cuidado”.
Una de esas huellas en la piel urbana de Ferrol es Real 159, en el que trabaja el estudio Montero Parapar. “Sus obras”, dice Ramón Montero, “son muy características: en general tienen esta fachada de cantería de granito, muy trabajada, con esos elementos de un estilo ecléctico con elementos barrocos que para mí tienen mucho interés”.
Ese eclecticismo finisecular fue, añade el arquitecto, “el paso previo a la entrada del Modernismo. Hay que reivindicar siempre a Ucha, por supuesto, pero estos edificios de Riva de Soto tienen una calidad arquitectónica envidiable” que, además, eran una “reacción” a la sobriedad del Neoclásico. Castelo, por su parte, lo tenía claro, y así explicaba en junio de 2006 cuál era el mérito de uno y otro: “En resumen, Riva de Soto tuvo la capacidad de dotar a Ferrol de la imagen de ciudad; Ucha, de la imagen de ciudad moderna”.
En la modificación de las ordenanzas de 1897 (tres años antes de jubilarse), Riva de Soto impuso la desaparición de las galerías de madera, la creación de muros cortafuegos en las medianeras de los edificios y la obligatoriedad de que sea el hierro el elemento de las galerías o los miradores de las fachadas.
Según Castelo, este material, el hierro, en los edificios de Riva de Soto será el elemento estructural que complementará a los muros de cerramiento que sostienen las plantas bajas. “Todas las columnas de hierro de fabricación industrial que hay hoy en Ferrol desde el siglo XIX pertenecen a la aplicación de esta ordenanza y al propio diseño de Riva de Soto”, aseguraba Castelo, que lamentaba la demolición, en la década de 1970, de varias de sus obras.