El Campus Industrial de Ferrol lidera el programa de Avaliación e Tratamento Terapéutico a Menores en Risco ou Desamparo, una iniciativa que se puso en marcha hace más de una década y que ha conseguido no solo extenderse a toda Galicia, sino conseguir una financiación estable a través del Fondo Social Europeo y la Xunta. El psicólogo Valentín Escudero, profesor e investigador de la UDC, dirige un proyecto que solo el año pasado atendió a 491 menores derivados por los equipos técnicos de la comunidad.
¿En qué consiste este programa?
Se ofrece atención psicoterapéutica a menores que tienen un daño emocional y psicológico fuerte y que están en el sistema de protección a la infancia (el sistema de menores, como lo llamamos en Galicia). Es un ámbito complicado y muy delicado porque son niños y niñas que han sufrido daño por parte de las personas de confianza de su familia, de sus mayores, desde la negligencia por tener familiares con problemas de drogas o de otro tipo, hasta situaciones de violencia o de abuso continuado, es decir, muy traumáticas. Nosotros llevamos muchos años investigando cuáles son los factores fundamentales para poder hacer un tratamiento que sea eficaz y el principal desafío de este tratamiento es que se trata de niños y adolescentes en los que lo que más se ha roto es la capacidad de confiar en los demás, en la gente que te quiere ayudar y, por supuesto, también en ellos mismos, por haber sufrido una crianza muy lamentable. Hay niveles muy diversos, pero en general hay mucho daño emocional.
¿Cómo se aborda el tratamiento?
El programa se basa en construir un modelo de tratamiento terapéutico. Es muy sencillo porque parte de que si les devolvemos un contexto de seguridad, estos menores recuperan su capacidad de conectar emocionalmente, de abrirse... Y en el momento en el que se conectan emocionalmente con un psicólogo, con un orientador o con una persona que les pueda ayudar, empiezan a mejorar, a hacer cosas positivas, a aprender... Pero la clave, lo primero, es devolverles una seguridad psicológica y física y esa seguridad nos va a proporcionar la capacidad de conectar con ellos. Una vez que te conectas con ellos, es más fácil introducir elementos que les sirvan para aprender, progresar...
¿Cómo se mantiene ese ambiente de confianza que se crea en las sesiones una vez que salen de ellas y vuelven a su rutina?
El contexto de terapia permite recuperar una relación de confianza: alguien les hace sentir que tienen potencial, que tienen valía, y salen a la calle un poco más predispuestos a no estar a la defensiva. Cuando hay una buena relación terapéutica con el psicólogo, un primer efecto que se produce es que fuera empiezan a sentirse menos a la defensiva. Pero, además, en nuestros programas también trabajamos con la gente de fuera, con la familia –si la tienen y si siguen viviendo con ella, porque algunos pueden tener familiares en alejamiento o que estén desaparecidos–, con su entorno, con los acogedores si están en acogida y con los educadores. Hacemos mucha piña porque esa confianza del tratamiento terapéutico tiene después que dar fruto fuera, encontrarse con gente que sabe fijarse en lo positivo que hacen, en su parte sana, en el talento que tienen...
¿Le sorprende la cantidad de casos con la que trabajan (491 solo en el último año)?
Parecen tan altas porque se ha conseguido que el programa llegue a toda Galicia, de modo que llega no solo a los niños que están en una situación de tutela o en un centro, sino también a los que están con su familia y están en riesgo –con un nivel de daño no tan alto–, es decir, estamos llegando prácticamente a casi todos los niños que que sufren una vulnerablidad de ese tipo, de ahí esas cifras.
Soy optimista sobre la salud mental en los jóvenes: estamos aprendiendo a manejar la última crisis
Por lo tanto, no se contempla otro escenario que no sea la continuidad de este programa.
Este trabajo se inició en 2012 y hemos ido paso a paso, creando toda la red, ampliándola, implementando el programa y, al tener buenos datos, buenos instrumentos y una demostración de eficacia, nos ha llevado a conseguir una financiación mayor, tanto del Fondo Social Europeo como de la Xunta. Uno de los objetivos es consolidar un sistema de tratamiento psicoterapéutico de calidad que sea sostenible. Ahora mismo, esta financiación está garantizada con un concierto de cuatro años más dos de prórroga y estamos buscando también una colaboración potente con los servicios infantojuveniles de salud mental del Sergas. Pretendemos que sea un modelo de trabajo de calidad para los niños que están en situaciones de este tipo. Además, cuando algo así empieza a funcionar, no se puede dar marcha atrás porque los propios técnicos del sistema de protección y las familias acogedoras lo demandan.
¿Le preocupa el afloramiento de los problemas de salud mental que se están viendo en la población más joven o no difiere mucho de lo que sucedía hace un par de décadas, por ejemplo?
Si lo miramos con un gran angular, si vemos la juventud en los últimos 30 años, soy muy optimista, en el sentido de que se está avanzando: es una juventud más saludable, más abierta, más diversa, más tolerante... Pero, por otra parte, si miramos específicamente esta última década, sobre todo los últimos años, hay una serie de elementos que han descolocado la salud mental en relación con los menores. Sobre todo, la revolución de la digitalización y las redes sociales; ha habido ciertos riesgos especiales: acceso muy fácil a la pornografía, relaciones digitalizadas que no saben cómo manejar, absorción de las pantallas... Ha sido un meteorito que ha caído y que, como todo, tiene sus cosas buenas, pero hay que saberlas usar. Es un problema que nos preocupa, pero que estamos empezando a saber manejar: en los coles en los que se prohíbe el móvil se empieza a percibir otro ambiente, otro rollo... Están aprendiendo a desengancharse de todo eso y se ven brotes verdes que nos indican que estamos aprendiendo a manejar esta crisis.