Acudo al cine a ver Babygirl. Voy por Nicole Kidman. A esta actriz australiana de 57 años los cuarentones la conocimos cuando apenas había tres canales de televisión en una película infantojuvenil que, pasaban una y otra vez, durante las vacaciones veraniegas por “la gallega”. Estoy hablando de Los bicivoladores (BMX bandits, 1983). Una adolescente Nicole Kidman emergía en un título tan mediocre como espectacular para los que, de aquella, apenas ostentábamos el título de personita. Un lustro después ya era una estrella a nivel internacional. Calma total (1989), Días de trueno (1990), Batman Forever (1995) la catapultaron. Ella no se conformó con ser la chica guapa de las películas. Quería más. Trabajar con los mejores, convertirse en la mejor actriz que pudiese. Así, a las órdenes de Kubrick, nos deslumbró con Eyes Wide Shut (1999). Con Moulin Rouge (2001) rompió las taquillas de todo el mundo. Dogville, de Lars Von Trier, quizás sea su mejor papel. Por Las horas (2002) ganó el Oscar a mejor actriz. Una carrera realmente interesante.
Los últimos años, Nicole, demuestra que en cada vez más ocasiones las mujeres de más de 50 pueden obtener papeles protagónicos. Ella continúa en la cresta de la ola, eligiendo grandes personajes que interpretar; produciendo los proyectos en muchas ocasiones. Un ejemplo de esta última tanda son El sacrificio de un ciervo sagrado (2017) de Yorgos Lanthimos, las series Big Little Lies (2017) o The Undoing (2020).
Hace apenas unas semanas leo la sinopsis de “Babygirl”. Mujer madura, de mucho éxito, se lía con un becario. No puede ser. Nicole Kidman, a estas alturas, no se va a limitar a protagonizar un Nueve semanas y media invertido, una película erótico-festiva. Busco información de quién la dirige. La holandesa Halina Reijn. Bien. De esta autora vi su anterior Muerte, muerte, muerte (Bodies, bodies, bodies) y sé que no hace trabajos al uso. Un grupo de adolescentes iba “cayendo”, uno por uno, en una fiesta pijotera, a modo de los Diez negritos de Agatha Christie. La holandesa sabe lo que hace. Me dirijo con alegría y curiosidad a la sala de cine.
Comienza la proyección de Babygirl. Primera escena. Romy (Nicole Kidman) y Jacob (Antonio Banderas) son pareja. Hacen el amor como casi todas las noches. Al acabar, él se duerme. Rápidamente vemos a Romy correr hacia otra habitación. Conecta su ordenador y reproduce un vídeo porno donde la protagonista es sometida a las voluntades de un hombre. Comienza a masturbarse y escuchamos el orgasmo que la protagonista no pudo tener en la relación con su marido. Ella es una alta ejecutiva y él, director de teatro. Son una pareja aparentemente feliz y, sin duda, de éxito. Detrás del personaje interpretado por Nicole Kidman está ese secreto, esos deseos sexuales reprimidos que de alguna manera la persiguen. Cierto día llega a su empresa un grupo de becarios. Entre ellos aparece un joven llamado Samuel (Harris Dickinson). Romy pudo ver cómo domaba, sin despeinarse, a un perro enrabietado. Quiere lo mismo para ella. En nada, comienza la relación entre ambos. No les importa la diferencia de edad, solo les importa que él manda y ella obedece.
Si esperan de “Babygirl” una película erótica convencional, este no es su film. Hay mucho sexo, pero todo muy incómodo. Cada encuentro de los protagonistas posee una violencia de fondo que, al verla, no sabes muy bien cómo digerir. Ante nosotros, como diría Sabina, tenemos un ring de boxeo. Aunque el joven sea quien verbaliza las órdenes de esta extraña relación, no siempre se tiene claro quién está manejando las riendas.
En “Babygirl” asistiremos al extraño juego de equilibrismo, con un cada vez más cercano abismo, de la indiscutible protagonista de la cinta, Nicole Kidman. Su actuación fue, con justicia, premiada en Venecia. Su personaje se desnuda, capa a capa, en lo físico, en lo mental y espiritual frente a nosotros. Nicole es una valiente. Ni la película, ni el personaje, son nada sencillos y, en mi opinión, sale victoriosa del envite. Los personajes protagonizados por Dickinson y Antonio Banderas son más planos; quizás en exceso. Aun así, los actores realizan un buen trabajo. El joven sirve de detonante de que explote todo lo que arrastra esta mujer en sus adentros. Banderas aparece como el ancla, como el contrapeso que hace que la protagonista pueda tener, en su vida diaria, los pies en el suelo. Ella, cuanto más avanzamos en el metraje, más complicada se nos presenta.
“Babygirl” me ha gustado. El juego de poder entre la mujer madura y el joven nos descoloca continuamente. Sales del cine planteándote lo que has visto y con ganas de un segundo visionado para aclarar posiciones. Acaso, ¿quién de los dos protagonistas es más manipulador? Lo peor de la película es cuando, en un par de ocasiones, juguetea a ser un filme erótico, con tema musical de fondo, como en cualquier película de ese género de los años 90. Por suerte, hay poco de eso. La que sí me fascinó fue una escena grabada con virtuosismo en una discoteca. Esta sirve de metáfora a todo lo que vivimos en las casi dos horas de metraje. En la discoteca, bailando, hay tensión, estrés, sexo, desinhibición… Como Romy y Samuel, cada uno de los bailarines de la sala, se van dejando llevar… Hacia no se sabe dónde.