El legado de los hermanos Grimm, Jacob y Wilhelm, es tan poderoso que gran parte del cine para el público infantil del siglo XX y lo que llevamos de XXI se basa, en muchos casos con formas modernas, eso sí, en los cuentos que, fundamentalmente, recopilaron –recopilar más que crear– a lo largo de su vida.
Sin embargo, pese a su notoriedad –de la que disfrutaron también en vida–, hay algunos textos que se editaron en revistas y publicaciones de todo tipo y a los que hasta ahora no se les había prestado especial atención. El ejemplo perfecto lo constituyen estos 17 cuentos que edita y traduce Isabel Hernández en esta obra que publica la editorial Nórdica con el título El sastre que llegó al cielo y otros cuentos.
Cuenta Hernández en el epílogo que estos relatos, extraídos no solamente de fuentes orales, sino también con un criterio filológico muy claro –eran filólogos, no hay que olvidarlo– que son prácticamente desconocidos para el gran público.
Eclipsados por títulos como Blancanieves o Hansel y Gretel, por ejemplo, se diferencian de estos en algo esencial: su posición secundaria o terciaria los alejó de las sucesivas reediciones y retoques, tanto de los propios autores como de los que les seguirían, por lo que permanecen en su forma original, es decir, prácticamente intactos.
A esa “virginidad” se suma otro factor clave, que es que su traductora no ha cogido ningún atajo y los ha trasladado directamente del alemán y de las publicaciones originales. Es decir, estamos ante cuentos originalísimos, si bien más de la mitad de ellos –diez– fueron incluidos posteriormente en las colecciones definitivas de los Grimm. Isabel Hernández se ha basado para esta edición en la persona que sí se fijó en ellos (comienzos de la década de los 90 del siglo pasado): Heinz Rölleke, que en 1993 los publicó en la editorial Insel.
Sostiene Hernández, y con toda la razón del mundo, que estas piezas “poseen un valor incalculable, puesto que son la base sobre la que los hermanos Grimm trabajaron para la posterior redacción de sus versiones y, por tanto, una de las pocas manifestaciones existentes sobre el origen del proceso del trabajo filológico en esta colección universal”.
Efectivamente, el lector encontrará en todos y cada uno de estos cuentos –ejemplos: Hermanito y hermanita, El sastre que llegó al cielo, Blancanieves y Rosarroja, El diablo y doña Fortuna o El reyezuelo– elementos que reconocerá en las versiones definitivas –las suyas, no las de Disney– de algunos de los relatos más leídos y vendidos desde su génesis, en la primera mitad del siglo XIX, en concreto entre el primero, El cuento del fiel compadre gorrión (publicado en 1812), hasta el último, “El reyezuelo” (1853).
Los aficionados a la literatura infantojuvenil tienen en esta recopilación una oportunidad única –es la primera vez que se hace en el sistema editorial español– de acceder a estas piezas y, de ese modo, acercarse a la exégesis de todos ellos, anclados principalmente en la literatura oral, aunque no solamente.
Jacob y Wilhelm Grimm no fueron únicamente rastreadores o trabajadores de campo –motivo que por sí solo ya sería admirable–, sino, sobre todo, expertos filólogos con una misión: recuperar algo –narración, poesía, tradición– que se creía perdido en su momento o, en el mejor de los casos, en vías de hacerlo. Fueron, por lo tanto, unos románticos convencidos, pero no en el sentido que se le da actualmente, sino en su comprensión de las manifestaciones culturales como algo propio, válido y fundamental para el desarrollo de cada nación.
Y, desde luego, consiguieron el objetivo, hasta el punto de situar a la literatura alemana en un lugar preponderante en la construcción del imaginario popular colectivo de una vasta extensión del continente europeo. Es mérito suyo, por lo tanto, y no de ningún estudio cinematográfico: el libro, la letra, siempre –casi siempre; hay alguna excepción– es mejor que la película.