Cynthia Rimsky, que por su apellido ha de proceder en lo familiar del ámbito de la emigración, es una escritora chilena residente en Argentina y muy vinculada a dicho país. Literariamente hablando es una novelista, autora ya de casi una decena de premios, como el Gabriele Mistral y el Municipal o el del Consejo Nacional de la cultura chilenas entre otros. En esa línea destacamos que a finales del presente 2024 ganaba con su sorprendente y desenfadada novela, Clara y confusa (Anagrama), el bien asentado Premio Herralde de novela, al que andando el tiempo se han hecho acreedores numerosos autores hispanoamericanos, (chilenos y algunos como el inolvidable Roberto Bolaño). Este premio lo compartió ex aequo con la catalana Xita Rubert, corroborando así el exitoso momento de la mujer en el ámbito literario.
Clara y confusa es un título antitético, paradójico, opositivo, pero difuso en su alcance semántico. Rasgo esencial de la novela es su afirmada condición humorística, trazo definitorio de todas sus páginas, engarzada con lo absurdo y grotesco, desenfadado y disparatado, que divierte al lector. Esta línea de la historia se inicia ya con la aparición del que es protagonista – narrador, un sencillo y crédulo fontanero, término que en el texto según el uso verbal del país que sirve de escenario, pasa a ser “plomero”. Página a página va encadenando el tal Salvador una serie de cómicas y estrafalarias peripecias: anécdotas escasamente hilvanadas, ridículas y disparatadas, cuyo aire burlón deja entrever, sin embargo, situaciones de crisis a partir de una escenografía – el pueblo de Parera, la ciudad de Vallesta – que podríamos situar tanto en Chile como en Argentina, sobre todo en esta última. La corrupción, extendida al ámbito rural y al entramado gremial es clave de usura y estafa mientras se parodia el mundillo del arte, en especial del contemporáneo y su entorno mercantilista, concretado en la extravagante estética de Clara, que impone un catálogo de “restricciones” amorosas a su relación con el fontanero. Hilarante en verdad es la fiesta popular de homenaje al “pastelito criollo” o la exhibición del “serrucho telescópico”.
Concuerda con lo paródico y deformante, potenciándolo si cabe, el desaforado tejido de la prosa, que discurre caótica y fragmentaria, inconexa, y que se barroquiza en numerosas y amplias series enumerativas y juega incluso con la onomástica de los personajes: Hacerruido, Findi, Del Caño, Abrigao, etc. La apertura de lo narrado, el episodio del ruido del agua que pasa por una pared “como si llorase la medianera”, podría encaminar el acontecimiento por vía de lo fantástico sensorial, auditivo concretamente, pero todo se diluye y desvía bien pronto por otros vericuetos más “claros”.
Clara y confusa nos lleva por alternativas distintas a las que, por ejemplo, viene impulsando el feminismo militante o las que retoman la veta policíaca, excesivamente frecuente entre tópicos, tentativas de divulgación de escaso fuste, anécdotas triviales y personajes de mínimo relieve. Cynthia Rimsky rebaja y hasta anula las tonalidades violentas, reivindicativas y recargadas de dureza y destrucción existencial de la gran mayoría de sus colegas, mexicanas y argentinas en particular. Como chilena, cultiva la originalidad, busca nuevas tonalidades y asuntos, distintas perspectivas y en ello llega a un rupturismo deformante que el lector agradece. Así lo debió interpretar el jurado que premió esta novela chocante y deformante frente a una áspera y envilecida realidad que no cesa. Tal vez por eso le concedió el Herralde y por ello nos felicitamos.