Albert Einstein decía que la paz era la mejor de todas las armas para contrarrestar la bomba atómica. En cualquier caso, la paz siempre será la mejor arma para evitar guerras y conflictos.
Estamos en Navidad. Fecha muy importante en las sociedades occidentales donde las palabras paz, perdón, amor, compasión o entendimiento son parte de un vocabulario que está en boca de todos en estas fechas. ¡Pero ni con esas! Enseguida se olvidan cayendo en saco roto.
Los que persiguen de una manera enfermiza poder y riquezas, sin importar la desolación que dejen detrás, se pasan por el arco de triunfo lo de “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lucas 2:14). Aunque digan que sí ese dios no es el de ellos.
Llevamos mucho tiempo llamando la paz, pero ella no nos responde. Está en silencio. A lo mejor es que se niega a escucharnos porque sabe mejor que nadie que nunca la tomamos en serio.
Todos dicen correr tras ella. Pero aquí surge una pregunta, que no es menor. Si los que dicen eso corren tanto ¿cómo es que son incapaces de alcanzarla? Es obvio que algún pillo está haciendo trampas.
Como cada año por estas fiestas hablamos de paz, amor y fraternidad, palabras mágicas cuya estética suena políticamente bien pero que, sin embargo, no producen ningún efecto sobre la realidad. Dos mil años con lo mismo.
Sabemos que es difícil cambiar la realidad, más cuando por tierra, mar y aire nos dicen que el éxito está por encima del valor, que para ser una persona triunfadora hay que olvidarse de cualquier principio, de cualquier regla moral.
Es obvio que con esta interpretación del “éxito” se achican las esperanzas y las posibilidades de construir una sociedad y un mundo mejor, de paz. Mal lo tenemos cuando los valores, los verdaderos, están siendo sustituidos por semejante relato.
Prueba de ello es el auge del racismo. Algunos descerebrados consideran a los miembros de otras etnias como inferiores, seres extraños, diferentes, en algunos casos desposeídos de humanidad. Curioso. Unos trabajando por la paz y otros esparciendo odio.
Lo peor es que este mensaje no solo está calado en ciertos sectores sociales, sino que hay gente supuestamente instruida que también lo cree. Piensan que esas minorías son de verdad inferiores. Ni siquiera se paran a analizar que tal “inferioridad” fue decidida por unos cuantos acomplejados que es muy posible que por las noches sueñen con el “cabo de Bohemia”.
En todo caso, la paz nunca convivirá entre nosotros mientras no entendamos esta regla de oro, consistente en tener conciencia de aquello que está bien o está mal, de lo que es justo o injusto. Si eso no lo comprendemos todo lo demás fallará.
La paz no acepta que unos valores valgan más que otros, como hacen las élites políticas europeas cuando tratan con países que no comparten nuestro acervo cultural europeo. La paz no entiende esos juegos de poder.
La paz es mucho más que una palabra: es comprender al otro poniéndose en sus zapatos. A veces, o casi siempre, resulta difícil esa comprensión. Porque hay una intención “non sancta” para que no lo comprendamos.
Unos propósitos que tienen como objetivo que desconozcamos las causas, hablándonos solo de los efectos. Nos esconden las causas que producen determinadas conductas o comportamientos.
La paz no aparece por arte de birlibirloque brindando con unas copas de champán, o lo que sea, en unas fechas señaladas del mes de diciembre que ofrecen un paquete de “felicidad” para unos días o unas horas.
Unas fiestas potenciadas por y para las grandes marcas comerciales que hacen su agosto en esta época del año. La paz tampoco tiene que ver con los gigantescos despliegues de luces, en plan Las Vegas, de las que hacen alarde los alcaldes de algunas ciudades.
Lo cierto es que estas fiestas sustituyeron a las saturnales de la antigua Roma donde en un ambiente carnavalesco la gente intercambiaba regalos, comía, bebía y bailaba. “El mejor de los días”, llegó a decir el poeta romano Catulo.
La fotografía de estas festividades nos dice que significan cualquier cosa menos espiritualidad. Y la paz por muchos brindis que hagamos en su nombre sigue sin escucharnos.