Una semana más que finaliza en viaje, este es el juego que por lo visto me toca, al menos para este primer mes. Recorriendo distancias y conectando personas. La semana pasada fue Badajoz, esta Bilbao. Reconozco que echaba de menos esa vida un poco trotamundos que llevo en mi ADN, de raíces paternas y fortalecida por mis propias inquietudes.
Tanto subir y bajar de aviones, aires acondicionados, calefacciones, también ha traído sus consecuencias, Como regalo, el primer trancazo del año. Lo propio, en esta situación era decir que no al viaje de este fin de semana, pero algo me puede. Es verdad que, por muchas razones, era un viaje apetecible, a una ciudad que me encanta y con la compañía adecuada para olvidar las toses y enganchar con las risas.
Ese “decir que no”. Cuesta. Y no lo digo por esta ocasión. En un mundo que valora la complacencia y la adaptabilidad, decir “no” se convierte en un auténtico desafío. Desde pequeños, nos enseñan a ser amables, a evitar conflictos y a satisfacer las expectativas ajenas. Sin embargo, esta tendencia a la aquiescencia puede llevarnos a situaciones de sobrecarga, estrés y, en última instancia, a una desconexión con nuestras propias necesidades y deseos. ¿Os resuena?
La famosa asertividad, esa palabra que ahora parece haber saltado de los diccionarios en los que dormitaba, es un concepto del que se habla, pero poco se practica. Quizás porque no terminamos de entenderla. Si, es esa capacidad de expresar nuestros pensamientos y sentimientos de manera honesta y respetuosa, es una herramienta esencial para mantener nuestro bienestar emocional y establecer relaciones saludables. Ser asertivos implica reconocer y defender nuestros derechos, al mismo tiempo que respetamos los de los demás.
Aceptar compromisos que no deseamos, por temor al rechazo o al juicio ajeno, es una práctica común. Esta actitud, aunque bien intencionada, puede conducirnos a sentirnos atrapados en situaciones que minan nuestra energía y afectan nuestra salud mental. La incapacidad de decir “no” nos aleja de nuestras prioridades y nos impide dedicar tiempo a lo que realmente valoramos.
Decir “no” no es un acto de egoísmo, sino de autenticidad. Al negarnos a asumir responsabilidades que no nos corresponden o que no podemos manejar, estamos estableciendo límites claros que protegen nuestra integridad emocional. Un “no” bien articulado es una afirmación de nuestro derecho a elegir y a vivir de acuerdo con nuestros valores y necesidades. Ahí está también el famoso “no es no”, por supuesto, y no voy a ahondar en polémicas que día tras día saltan en los medios.
Al incorporar la asertividad en nuestra vida, no solo protegemos nuestro bienestar, sino que también fomentamos relaciones más sinceras y equilibradas. Las personas a nuestro alrededor aprenderán a valorar y respetar nuestros límites, y nosotros, a su vez, desarrollaremos una mayor autoestima y confianza en nuestras decisiones.
En definitiva, aprender a decir “no” es un acto de amor propio y de respeto hacia los demás. Es reconocer que, para poder ofrecer lo mejor de nosotros, primero debemos cuidar de nuestras propias necesidades y límites. Recordad que “en caso de despresurización de la cabina, antes de ayudar a alguien con la mascarilla, debemos ponérnosla a nosotros mismos.”
Por todo ello, porque sé que lo voy a disfrutar y lo necesitaba, este viaje fue un sí.
Sé tu misma, atiende a tus necesidades porque como decía Marilyn Monroe: “Querer ser otra persona es malgastar la persona que eres”.