La huida que el 21 de julio de 1939 protagonizaron veintisiete republicanos, asaltando el bou Ramón en el puerto de Ares, tiene un indiscutible componente épico que se acrecentó por las dramáticas peripecias de la travesía, pero también tiene una posible cara oculta que de ser cierta, haría de este episodio una auténtica anomalía histórica en España.
El numeroso y desperdigado grupo de republicanos fue concentrándose en las ruinas del viejo castillo antes de abordar el barco, siendo favorecidos porque todos los milicianos falangistas que cubrían la vigilancia del pueblo estaban disfrutando de una merienda cena en Rodelas, a cargo del alcalde Antonio Bugallo, y también porque esa misma noche, el práctico del puerto no acudió a trabajar por estar enfermo.
No conozco un intento de fuga tan masivo en la España de la posguerra, donde hubiera tantas coincidencias favorables. Todo esto no pasó desapercibido por el juez instructor de la causa 2134/39, que no pudo menos que criticar el escaso celo de la primera autoridad de Ares en localizar a republicanos que habían permanecido ocultos tres años, y en manifestar sospechas por las circunstancias que concurrieron en la fuga.
Antonio Bugallo era vecino de los hermanos Leira Fernández (Antonio y Miguel), a los que estaba muy agradecido porque habían cuidado de su madre en circunstancias muy complicadas, y cuando estos regresaron a Ares ya muerto Franco, lo primero que hicieron fue ir a su casa a saludarle. Asumió el riesgo de ser un claro sospechoso de tolerar una huida colectiva, e ignoro por qué a estas alturas hay tantos problemas en reconocer algo tan evidente como meritorio.