Una de las cuestiones que más preocupa a los filósofos de la política y a los cultivadores de las ciencias sociales es, sin lugar a dudas, la fuerza y operatividad de las iniciativas civiles, hoy en franco retroceso ante la deriva autoritaria tan presente en tantas latitudes. En efecto, como dice el filósofo recientemente fallecido Alejandro Llano en un libro que coincide con el título de este artículo, cada vez se echa más de menos menos la presencia activa y potente de una ciudadanía reflexiva, dispuesta a hacer valer en todo momento la evidencia de que la única configuración justa de una sociedad es aquella que reconoce la relevancia pública de la libertad concertada de sus miembros”. En este sentido, las profecías de Tocqueville sobre el llamado “despotismo blando” o sobre el sometimiento de las personas y comunidades solidarias a ese “inmenso poder tutelar” se han ido cumpliendo casi a la letra como comprobamos en este tiempo con solo asomarnos al mundo actual.
Una vez que las posiciones individualistas o comunitaristas parece que no alcanzan a fundamentar esa necesaria humanización de la realidad, parece necesario colocar en su justo término la responsabilidad de las personas y la centralidad de las comunidades humanas en el vértice del desarrollo de la vida política. Tal pretensión choca, sin embargo, ante la colosal maquinaria de agitación y propaganda que consigue, y a gran velocidad, casi sin resistencia, ahogar y sofocar cualquier atisbo de iniciativa social que ponga en jaque el dominio de las actuales tecnoestructuras.
En este contexto, podemos preguntarnos: ¿Cuál es el protagonismo real de las personas concretas en la vida pública? ¿Somos conscientes los ciudadanos de nuestra condición de miembros activos y responsables de la sociedad y participamos eficazmente en la configuración del espacio público?. ¿Son las comunidades humanas esos escenarios de libre desarrollo de la personalidad de sus miembros? ¿Son esas subjetividades sociales autónomas ambientes de auténtico ejercicio democrático de las virtudes sociales?. ¿Es la vida pública un ámbito de despliegue de las libertades sociales y una instancia de garantía para que la vida de las comunidades no sufra interferencias indebidas ni abusivas presiones de poderes ajenos a ellas?. La tarea es compleja pero apasionante. Y, en esta tarea de humanizar la realidad, hay que tener presente ,como señala Alejando Llano en su libro, que “son muchos los que han visto y sufrido la realidad de unos intercambios subrepticios -tan reales como inmorales- de los medios simbólicos correspondientes al mercado, al Estado y a los medios de comunicación. Han palpado de cerca la arrogancia de los poderes, la prepotencia de los situados, el avasallamiento de que han sido objeto iniciativas sociales magnánimas y constructivas, la mentira política, la violencia terrorista, la guerra sucia acompañada del enriquecimiento de sus promotores: todo eso que, desde Maquiavelo, se llama en teoría política corrupción”.
Es necesario humanizar el poder, el público y también el privado, es necesario que desaparezcan las experiencias de exclusión y laminación que practican los que están en el vértice, es necesario celebrar y animar iniciativas sociales que coadyuven a construir el bienestar general como tarea compartida. Para ello, insisto, es importante constatar animar esas instituciones sociales donde se pone en juego la responsabilidad y la participación de los ciudadanos. Por eso, es fundamental que ciudadanos mismos echen mano de sus propios recursos y empiecen a tomarse la libertad de operar por cuenta propia, sin esperar permisos no requeridos ni subvenciones que condicionen su forma de actuar. De lo contrario, otros se apropiaran de los espacios sociales y de nuestras libertades. Y bien que lo lamentaremos.