En la copa de Navidad que Moncloa ofrece a la prensa el presidente afirmó que los jueces están en connivencia con el Partido Popular que juega “con las cartas marcadas manejando información privilegiada de los tribunales”. Es el ataque más grave a los jueces y al Poder Judicial, pilar del Estado de Derecho, un choque con la judicatura muy en línea con el proceder de Trump.
Procopio, un internauta al quite, apuntó certeramente: “Cuando uno acusa, lo menos que se le pide es que aporte pruebas, como el presidente y sus ministros exigen a Aldama”. En términos parecidos se pronunció el presidente de Castilla La Mancha: “Si lo dice es el ataque que puede demostrarlo, si no sería una ceremonia de bulo para arriba, bulo para abajo”.
La andanada del presidente no sorprende porque desde que la corrupción se instaló en su entorno, los jueces están permanentemente en la diana del Gobierno. Pero su exabrupto alertó a la presidenta del CGPJ que, recogiendo el malestar de la judicatura, se rebeló contra esas acusaciones que causan un grave daño institucional al tercer poder del Estado. “La labor de los jueces puede y debe ser criticada, pero lo que no cabe es cuestionarla de forma permanente atribuyéndoles sesgos políticos” sentenció Isabel Perelló.
Causó sorpresa también el nuevo “desentierro” de Franco en el 50 aniversario de su muerte –en la cama–para celebrar la “España en libertad” con un centenar de actos el año que viene. Medio siglo después el presidente recupera el comodín de Franco al que más de la mitad de los españoles ya no recuerdan y a la otra mitad no le importa.
¿Con qué intenciones vuelve a pasear a Franco el presidente? Pues parece que con la intención de desviar la atención, para que no se hable de los escándalos presentes de la presunta corrupción que asola a su Gobierno, al partido y a él mismo. A mayores, recordar al “general” contribuirá a agitar el fantasma de la derecha y la ultraderecha para estimular a sus votantes e impedir la alternancia democrática. Dicho en Román paladino, quiere sucederse a sí mismo y perpetuarse en el poder.
Una aclaración necesaria: Con la muerte del dictador –noviembre, 1975– España no recuperó las libertades y la democracia. Eso se produjo después con la ley de reforma política, la ley de amnistía y la aprobación de la Constitución, hechos que conforman la Transición, la obra de grandes políticos con sentido de Estado que representó la reconciliación nacional y la concordia entre los españoles y fue admirada en todo el mundo.
La Transición sí que merecería una gran celebración para volver a unir a los españoles, víctimas de la polarización política. Pero no seamos ingenuos, celebrar la Transición no encaja en el ideario de este Gobierno que está cómodo dividiendo y levantando muros con unos socios que buscan destruir aquella conquista democrática del 1978.