Nicolás Maquiavelo decía que todos ven lo que aparentas, pero pocos ven lo que realmente eres.
Lo cierto es que siempre hubo gente que trató de esconder su “yo” verdadero detrás de una máscara invisible, a veces construyendo falsas batallitas sobre sí mismo y otras adoptando conductas “robadas” a otros. Lo que ocurre es que en estos tiempos tales postureos son de uso corriente.
Hay quién dice que lo que está pasando es una despersonalización integral del individuo debido a la ausencia de un pensamiento crítico y la nula comprensión lectora existente en nuestra sociedad, que tendría su origen en un paquete cultural que infiere que es más importante lo de “parecer” que lo de “ser”.
En todo caso, según los cánones actuales, una buena parte del “éxito” en la vida personal está relacionado con la careta que se lleve puesta; aquello de “como te ven te tratan” tiene más vigencia hoy que nunca.
Pero ¿qué es el éxito a la luz de los nuevos valores?, pues es fama, popularidad, logros, aunque sean de origen oscuro, pero también está directamente relacionado con el dinero, el poder, la deslealtad. Lo peor es que esta nueva modalidad no distingue entre el bien y el mal, ni tampoco entre las buenas y las malas personas.
La cruda realidad es que se rige por una “regla de oro” no escrita que aconseja vaciar las mochilas personales de toda ética, de todo pudor, para que los principios no resulten ser una carga demasiado pesada y así poder seguir persiguiendo al éxito.
También nos dice esta regla que aun estando el morral vacío el éxito no estará garantizado, pues tienen que confluir ciertas cosas. Una de ellas es estar en el sitio adecuado y en el momento clave.
A partir de ahí es cuestión de “trepar” duro, quitando de en medio a quien sea y como sea, sin compasión, valiéndose de cualquier indecencia. Lo más llamativo es que hay gente que asocia esta manera de conducirse por la vida con la verdadera libertad.
La hipocresía también juega su papel. Hoy está muy valorada. Es verdad que a través de los años ha sufrido ciertas modificaciones, quizá por ello alguien dijo, haciendo un símil con la materia, que la hipocresía ni se crea ni se destruye sino que se transforma.
Algunos creen que esta mascarada es promovida por el gran poder a través de sus transnacionales mediáticas dedicadas al negocio audiovisual. En todo caso, su influencia es enorme, teniendo en cuenta el grado de “zombización” que hay en la sociedad.
La verdad es que los medios audiovisuales están siendo determinantes en el mundo de hoy. Si los antiguos emperadores romanos dispusieran de televisión, por poner un ejemplo, es muy posible que el Imperio hubiese durado mil años más.
Imaginemos por un momento lo que ocurriría si los combates entre gladiadores fueran televisados desde la arena del Coliseo, con Nerón en la tribuna decidiendo sobre la vida o la muerte de aquellos desgraciados, o a Calígula dirigiendo sus orgías desde el Palatino, sin duda, con semejante espectáculo los ciudadanos no se hubieran detenido a pensar en sus problemas reales.
Es obvio que los medios comunicacionales son vehículos poderosos a la hora de doblegar voluntades, cambiar puntos de vista, moldear actitudes, sentimientos, comportamientos, incluso pueden transformar toda una cultura.
En realidad ya lo están haciendo. Porque están contribuyendo de una manera decisiva al cambio que está ocurriendo en las relaciones interpersonales, sociales, políticas, religiosas, económicas. Y también al disfraz del cual estamos hablando.
Un disfraz que, por otro lado, ayuda a la insolencia, al atrevimiento. Sucede como en aquellos bailes de las antiguas aristocracias europeas, en que el antifaz le permitía a las parejas decirse cosas que sin él nunca se hubieran dicho.
Es verdad que hay gente que lo usa porque cree que es la única manera para triunfar en la vida; otra lo utiliza para esconder sus inconfesables miserias; y también la hay que se identifica con el personaje que representa la careta. Es como un gran juego.
Lo cierto es que con tanta máscara es complicado saber quién es quién, que clase de persona se oculta detrás de cada una. ¡Ay los disfraces!