Si le digo a usted la verdad, no acabé de entender muy bien el sentido de la brusca e inesperada comparecencia de Juan Lobato, secretario general del Partido Socialista de Madrid, en una aparición sin preguntas -se está poniendo muy de moda- en la mañana de este martes para... ¿para qué? Todos esperaban una dimisión, un portazo, un exabrupto, tras todo lo ocurrido a cuenta de su negativa a revelar cuestiones relacionadas con los delitos fiscales del novio de Díaz Ayuso. Pero nada de eso ocurrió: en su lugar, dio la impresión de que abre una batalla contra la dirección federal de su partido y contra determinados elementos, a los que nadie pone nombre, en el socialismo madrileño: los acusó de estar propiciando una caza y captura contra él, que, en el fondo, hizo lo que tenía que hacer; o sea, rechazar prestar su cooperación en la revelación prohibida de secretos por parte de la Fiscalía.
Y tiene razón, a mi juicio, Lobato, a quien conozco y aprecio desde hace años: ¿cómo es posible que todo el escándalo en la familia socialista se haya desatado por su ‘deslealtad’ a la hora de no querer denunciar cuestiones relacionadas con la negociación entre la Fiscalía y el novio de la odiada presidenta madrileña y, en cambio, nadie se haya rasgado las vestiduras ante las presuntas violaciones de la legalidad por parte del fiscal general, formalmente imputado por un presunto delito de revelación de secretos?
Hace tiempo que el secretario general del PSM estaba en la diana, y era moneda corriente en los mentideros madrileños que Pedro Sánchez trataba de sustituirle, en el próximo congreso regional madrileño, posterior al congreso federal que se inaugura este viernes, por el ahora ministro Óscar López, antes jefe del Gabinete del presidente del Gobierno en La Moncloa. Ahora no creo que ese relevo vaya a producirse, no tan fácilmente al menos. Porque ¿la no dimisión este martes de Lobato, que casi todos daban por segura, significa que levanta bandera frente a Sánchez y los manejos de la jefe del gabinete del jefe del gabinete del inquilino de La Moncloa? ¿Plantará cara Lobato en el congreso federal al ‘sancta sanctorum’ y comenzará a convertirse en una suerte de alternativa ‘maldita’ al poder de Pedro Sánchez, cuando este poder se acabe, que algún día acabará? ¿O más bien ha llegado a algún pacto subterráneo con el ‘sanchismo’?
No lo sé. La verdad es no me han dado respuestas a las preguntas que he formulado a quienes tienen las principales decisiones en sus manos. El ‘aparato’ del PSOE, que es de hierro, calla, aunque susurra entre dientes su animadversión al ‘disidente’, si es que así pudiera llamarse a Juan Lobato. Y el propio interesado, a la vista de lo que les ocurrió a algunos de sus antecesores, como Tomás Gómez, mantiene un cauto silencio, quizá a la espera de cómo discurran las cosas en el congreso sevillano y en la posterior confrontación con sus rivales en la federación madrileña, los alcaldes de Fuenlabrada y Getafe, sobre todo.
Lobato se ha convertido en el elemento de primer orden en la escalada de las incógnitas sobre el futuro de un PSOE que se enfrenta a un 41 congreso federal bastante más complicado de lo que parecía inicialmente: el secretario de Organización, Santos Cerdán, asediado por revelaciones periodísticas (y por las de Aldama, que me merecen mucho menos crédito que las de algunos de mis compañeros), no tiene clara la reelección como ‘número tres’ del partido; se dejan oír algunas voces descontentas y, para colmo, ahí está el surgimiento de Lobato como la figura levantisca que algunos quisieran ver en él, pero que no era fácil discernir de otras voces con demasiada sordina, descontentas ante la deriva que va tomando el llamado ‘sanchismo’. ¿Se abre una nueva, imprevisible, era para el partido que gobierna en España desde hace seis años y medio?
Yo diría que el PSOE ha entrado, tras la ruptura irreversible con los principales representantes del socialismo del pasado --desde luego, Felipe González y otros ni estarán ni se les espera en el cónclave sevillano--, en una etapa en la que nadie parece saber hacia dónde se encaminarán los destinos del partido. Prueba de que algo, mucho, ocurre, es que ese mismo viernes Lobato ha sido citado como testigo por el Supremo para hablar sobre la conducta del fiscal general en lo tocante a esa presunta revelación de secretos. Por eso, el secretario general de Madrid no estará, supongo, en la jornada inaugural en Sevilla. Después, a saber qué acabará ocurriendo en esta organización loca en que se ha convertido el histórico y respetable partido fundado por Pablo Iglesias hace 145 años. Porque, insistamos en lo de siempre, algo tiene que ocurrir en el PSOE, en la Fiscalía... y en el país, porque algo huele a podrido, y no es en Dinamarca precisamente.