La lotería

El azar es por naturaleza un eficaz instrumento de igualdad social: no reconoce clases ni atiende a las buenas o malas obras y sus merecimientos. Se conduce al margen de esos avatares y sin otro criterio que el de verse cumplido. Ese es su objeto: ser, sin importarle la noción que de él tenga aquel que se ve con su designio beneficiado o perjudicado. Somos los que lo padecemos en las alegrías o en las penas, los que nos encargamos de dotarlo de un significado alejado de su matemática naturaleza para arrastrarlo a la esfera de la teología y en ella, al dogma y su obediencia.


El carácter divino le fue concedido por los primeros filósofos y fue despojado de él por los primeros matemáticos, como G. Cardeno, que lo estudiaron como un mero cálculo de posibilidades y no como el posibilismo de una divinidad. Esa necesaria separación viene a reforzar lo humano frente a lo divino, pero ocurre que a muchos no nos interesa contemplarlo desde esa desnuda óptica que nos fuerza a ver gravitar sobre nosotros la responsabilidad de aceptar que media en nuestras vidas una fuerza que no atiende a parámetros de conciencia, moral o razón, sino al simple capricho de verse cumplida en atención a su propia y exclusiva conveniencia.


Hoy, celebrado ya el sorteo, los premiados no van a agradecer a las matemáticas el hecho de haber sido beneficiados y no lo van a hacer porque no soportan saber que no han sido juzgados y recompensados, sino jugados.

La lotería

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