La magia de la Navidad

El sabio debe tender a liberarse de sus deseos y reducir al mínimo sus necesidades”. Son palabras de Diógenes Laercio (s. III), el filósofo e historiador que, en defensa de la austeridad, consideraba que para ser un hombre virtuoso es necesario eliminar todas las necesidades que no sean vitales.


El gran principio de su filosofía es la renuncia a lo convencional. Cuentan que visitaba   con frecuencia los mercados de Atenas y al ver tanta mercancía expuesta para que la comprara la gente exclamaba: ¡Dios mío, cuántas cosas no necesito!”. En esta línea recuerda Pedro Ruiz que, conversando con Josep Pla, el escritor le dijo que “de vez en cuando voy a la ciudad para ver en los escaparates las cosas que no me hacen falta”.


El recuerdo de Diógenes y Pla viene a propósito de la tradición comercial creada en torno a la Navidad que, además de atraparnos con tantos deseos y muestras de felicidad sobrevenida, genera en casi todos un irrefrenable impulso consumista. Son estos unos días de “común callejeo” en los que las calles de nuestras ciudades están llenas de gente que, cual tribu urbana, camina hacia los pequeños y grandes comercios presa de una fascinación por comprar muchos productos que no necesitan.


Bien es verdad que el consumo es como una fortuna, una bendición navideña porque estimula la producción de las empresas y genera actividad que se concretan en empleos,  salarios y nuevas inversiones que reactivan e impulsan la economía. Pero, siguiendo la filosofía de Diógenes, también en Navidad deberíamos optar por un consumo racional, ajustado a nuestras necesidades para evitar cometer los excesos de comprar sin sentido cosas que no necesitamos, incluso viandas que llenan nuestras mesas y nos llevan a “comer con los ojos”.


Consumo aparte, que debe ser racional, la Navidad encierra en sí misma todo un ritual mágico. Los deseos de paz y felicidad, los árboles y belenes, los villancicos, los regalos, las calles iluminadas y el brillo de los escaparates nos sumergen en un ambiente en el que se respira una deliciosa mezcla de ternura y poesía. Esa atmósfera es como una alfombra cálida en la que tienen lugar esperados retornos y emocionados encuentros con los que vuelven para las tradicionales reuniones familiares. Las ausencias desaparecen, las distancias se borran, las miradas se cruzan y las palabras se hacen innecesarias.


Juntarse en familia nos recuerda que siempre hay un hogar donde tenemos raíces    profundas y recuerdos compartidos. Es ahí donde redescubrimos la importancia de la pertenencia, de sentarnos alrededor de una mesa y del calor humano que ninguna tecnología puede sustituir.


En Navidad el tiempo parece detenerse para que podamos saborear esos momentos que tocan el alma. En ellos está la esencia de estos días envueltos en la calidez de quienes nos rodean. ¡Feliz Navidad!

 

La magia de la Navidad

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