Pero el polvo sigue ahí

Vivo en un ambiente repleto de tecnólogos. Lo admito, yo mismo tuve mi época friki. Llevo más de 40 años pegado a un ordenador y cuando entré por primera vez en OpenAi resultó que ya me había registrado mucho antes y ni siquiera lo recordaba. Tengo amigos que trabajaban en inteligencia artificial en los años 80 y hasta siguen los avances de la informática cuántica. Pero todos seguimos teniendo que sacar al perro, recoger la mesa, planchar o hacer la cama. Hacer la cama, sí, un terreno de la actividad humana cuyos avances más señalados en la historia han sido la bajera con esquinas ajustables y el edredón nórdico.
Acepto el robot aspirador o cortacéspedes como otro hito, pero prácticamente ahí se ha acabado el avance informático para librarnos de los trabajos más tediosos del día a día. Sin embargo se empeñan en que los ordenadores compongan música, pinten, escriban, creen mejor que nosotros. Se quedan con las artes y nos dejan el azadón. Es tan lista la IA que se apodera de los placeres que han costado miles de años conquistar, cosas como el pensamiento o la poesía, hasta nos quita el tiempo que dedicaríamos a lo que ella es capaz de generar en segundos. Ese tiempo a veces de reflexión o simplemente diletante que despierta la inspiración. Y, de paso, convierte a millones de seres humanos en esclavos temporeros para alimentar su aprendizaje.


Claro que la tecnología nos ha facilitado la vida en multitud de aspectos, pero quizá ahora se está desviando el objetivo. Algún vendedor de IA asegura que la verdadera meta es que el humano no trabaje, que se encarguen los robots. Pues mientras estamos esperando (que a lo mejor ya queda poco, pero seguimos esperando), se extienden las tecnologías que nos roban privacidad, creatividad y, sin duda, libertad. Parece que la meta auténtica es otra. La inteligencia no nos limpia el polvo de las estanterías. Logra que exploten los buscas, que los cohetes la líen parda en los cielos de buena parte del mundo, que mueran personas con una facilidad aplastante…y, sí, sí, que haya agua en los grifos, luz en el interruptor, ascensores… Vaya, me acabo de dar cuenta de que la tecnología para esto ya existía hace más de cien años. La de matar se ha modernizado mucho más.


Entiendo lo de la industria de defensa (y ataque). Es un gran negocio. Pero también debería serlo la vida cotidiana. Inventar cosas prácticas que puedan ayudar en miles de millones de hogares, resolviendo el trabajo doméstico, el cuidado de los mayores o la vida de los que tienen “otras capacidades” mentales o físicas. Tal vez imaginar que no haya que arriesgar la vida en el Gran Sol o en la galería a dos kilómetros de profundidad sea una utopía. Pero la guerra con soldados robots seguro que se inventa antes que el pescador o el minero robot. No me lo digan, lo sé, el minero robot ya existe. También el soldado robot. Es solo una forma de hablar, no se me ponga así.


Admita que si ha llegado hasta aquí soportándome es porque en el fondo prefiere que le planchen la ropa a que ChatGPT le escriba el trabajo del cole de los hijos. Haber pisado la luna hace más de cincuenta años y todavía tener que pasar la bayeta por el retrete no dice mucho acerca de nuestros intereses diarios. Pues, ¿saben qué?, esta es mi más fundada esperanza en lo que puede suponer la igualdad. Que quiénes desde siempre han fregado, cocinado, limpiado y planchado lleguen en masa al I+D. En una generación seguro que sabremos matar todavía mejor pero también espero que el rumba me saque al perro cuando llueve. Que si hace bueno, lo saco yo.


PD: Me encantaría que Pablo Casado hubiera “levantado” 150 millones de euros para invertir en mejorarnos la vida. Pero su Hyperion Fund invertirá en defensa. Supongo que también en ataque.

Pero el polvo sigue ahí

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