La exposición de Peter Lindbergh, (nacido en Lissa, Polonia, en 1944 y fallecido en 2019) es, sin duda, un evento excepcional para nuestra ciudad. que se debe a la colaboración entre Marta Ortega, amiga del fotógrafo, y la Lindbergh Foundation, dirigida por el hijo de Lindbergh. Cuatro décadas de su trabajo, que truncó su temprana muerte, se exponen en el muelle de la Batería del puerto coruñés, en un escenario de galpones industriales reconvertidos por la arquitecta Elsa Urquijo, un lugar ad hoc para la visión de Linbergh, que se formó desde su infancia en una zona industrial de Renania.
El título de la muestra” Untold Stories”, que se podría traducir por “historias no contadas”, deja entrever que, tras las apariencias de las instantáneas que recogen momentos puntuales de los fotografiados, hay un universo escondido de emociones y de dramas a los que la cámara sólo permite un puntual acercamiento. Ello es acorde con el concepto cordial y humanístico que tenía de la realidad y que le llevó a revolucionar el lenguaje de la fotografía de moda, para ofrecer una visión desmitificadora de los estándares de belleza y de las modelos, a las que, lejos de encumbrarlas en sus pedestales, las acerca a la gente corriente con sus problemas diarios, pues- como dice Marta Ortega- “quería liberar a las mujeres de la tiranía de la perfección”..
Sus tomas, que se mueven en las tonalidades del claroscuro, buscan reflejar las inquietudes escondidas o los secretos no revelados y tienen sutiles acentos de patetismo, lo que se relaciona con su interés por el cine expresionista alemán. El rostro, siempre serio, deviene un espejo del alma, la cual quiere asomarse a unos ojos que, a veces, parecen suplicar o se muestran como humedecidos por un invisible llanto; los gestos hablan de lucha interior o de aceptación de circunstancias; las manos cuentan historias de vida , se tienden, buscan, acarician.
En toda la obra de Lindbergh, se siente la fragilidad que es consustancial a la condición humana y la mujer famosa es también una diosa frágil que, a veces, flota cubierta de transparentes gasas, como un hada atrapada en sombríos bosques; otras veces camina por la calle del día a día o aparece en escenarios sin notoriedad ni esplendor, junto a viejos muros, gasolineras, fábricas abandonadas, desiertos... Su estética era austera, sencilla, sin aditamentos innecesarios, pues, según él mismo dijo:”Los fotógrafos de hoy en día tienen la responsabilidad de liberar a la mujer, y en definitiva a cualquier persona, del terror de la juventud y la perfección”.
Que esta exposición de más de 160 imágenes, comisariada por él mismo Lindbergh antes de su fallecimiento, tenga como escenario el puerto de A Coruña, tan próximo a las tiendas de moda, entre las que está la pionera Zara, es un maravilloso modo de establecer lo que su alma polaca puede tener de parecido con Galicia: “Naturaleza indómita, belleza desnuda, una calidez humana que te contagia de vida y una hospitalidad sin igual.”, según dice Marta Ortega.