En Portugal, en cambio, convocan elecciones, ya ve usted

Conocí a Marcelo Rebelo de Sousa hace más de cincuenta años, al aterrizar, periodista jovencísimo y novato, en la Lisboa de la ‘revolución de los claveles’. Él, entonces, era el columnista ‘estrella’ del influyente semanario ‘Expresso’. Hoy es el presidente de la República de Portugal, y ha capeado varias crisis de gobiernos, socialdemócratas o conservadores, con impecable pulso democrático y sin alterar el gesto.
Ahora, nuestro vecino al Oeste, que ya dio una lección al franquismo en 1974 con una incruenta revolución capitaneada por militares hartos de matar y que los matasen en las colonias, vuelve a ser un ejemplo de buen hacer político: el primer ministro, conservador, Montenegro, ha accedido a convocar elecciones al haber perdido una cuestión de confianza en el Parlamento por una dudosa acción empresarial de su familia. Más o menos lo mismo que hizo su predecesor, socialista, Antonio Costa, cuando fue acusado, luego se demostró que sin causa, de corrupción. ¿Y aquí?


Aquí, nunca he querido fijarme demasiado en las acusaciones y especulaciones relacionadas con la mujer y el hermano del presidente Pedro Sánchez. Creo –es opinión personal– que en ninguno de los dos casos se justifica la causa penal ni la implacabilidad judicial, por más que ambas cuestiones sean un escándalo desde el punto de vista ético, estético y moral. En Portugal, viví allí y fui corresponsal de medios lusos durante muchos años, se cuidan mucho más las formas; y entonces, pues a convocar, cuando así conviene a la pureza de la política, elecciones en mayo, caiga la que caiga en el mundo de la entente Putin/Trump o viceversa. Bueno, más o menos lo mismo que ha hecho Scholz en Alemania, renunciando a la supervivencia política, que no quiso poner por encima de su debilidad parlamentaria.


Las elecciones, en una democracia teóricamente más pura que la nuestra, sirven para aclarar panoramas, deshacer alianzas nocivas o para terminar con parálisis legislativas. Un país que durante dos años ha evitado seguir el mandato constitucional de elaborar los Presupuestos Generales del Estado, porque se los tumbarían tanto la oposición como los propios aliados, convocaría inmediatas elecciones en pura tesis democrática.


Y si el Gobierno tiene que apoyarse en aliados indeseables, digamos un forajido que lo que quiere es destruir el Estado, y no reforzarlo, de inmediato disolvería las Cámaras y convocaría elecciones. Y si sus teóricos socios, incluyendo el coligado, le dan la espalda a sus planes de seguir las normas europeas de incrementar sustancialmente el gasto en defensa, ese Gobierno tendría que concluir la Legislatura de inmediato, en lugar de sortear el Parlamento, que está de capa cada vez más caída. Y si el fiscal general de una nación puramente democrática fuese pillado con las manos en cualquier masa, un Gobierno, antes de apoyarlo hasta el final, trataría de prescindir de él o le echaría convocando elecciones.


Alemania y Portugal son las dos democracias europeas más ejemplares que conozco, sin desmerecer, claro, a otras varias, especialmente nórdicas, donde los gobiernos cambian de signo sin mayores traumas porque la ciudadanía así lo quiere. Recurrir a triquiñuelas, a la inveracidad permanente, a bordear lo que dice la Constitución, a humillarse ante quien es más enemigo que amigo –sí, claro, pienso en Puigdemont, para que no haya equívocos–, todo para seguir pisando la alfombra roja del poder tendrá en algún momento consecuencias. Se está ensuciando una democracia de la que Pedro Sánchez presume como puntera en el mundo mundial, y, sin embargo, cada vez lo es menos. “Tenho saudades de Portugal”, aunque allí hayan votado ya tres veces en tres años. Será porque la ciudadanía lo quiere. ¿Y qué? 

En Portugal, en cambio, convocan elecciones, ya ve usted

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