Lo de las energías limpias sigue dando que hablar. Algunos creen que la urgencia de prescindir de las no renovables obedece más a intereses del llamado capitalismo verde que a una preocupación real por el planeta.
La narrativa oficial y oficialista nos habla de un planeta libre de contaminación. Sin embargo, el relato presenta dudas más que razonables puesto que hay piezas en este puzzle que no encajan como deberían.
Lo cierto es que todo lo que levanta sospechas genera todo tipo de teorías. Algunas poco creíbles. Los hay incluso que afirman que las llamadas energías limpias son un arma geopolítica que está siendo utilizada para ponerle palos en las ruedas al avance chino. ¡Un disparate!
Empezando porque los discípulos de Confucio ya ocupan el primer lugar en el mundo en la fabricación de coches eléctricos, baterías de litio, celdas fotovoltaicas, aerogeneradores, hidrógeno, etcétera. Hay datos duros que lo abalan.
Por lo tanto, si fueron usadas como arma entonces habría que admitir que su utilización fue un fracaso. Por otro lado, reforzaría la creencia de aquellos que se dedican a pontificar que los chinos nos ganan en cualquier terreno que decidamos jugar la partida.
Pero volviendo a las energías limpias. Es cierto que el sueño de alcanzar un planeta limpio, habitable y sostenible debe ser el deseo sincero de todo hijo de vecino. Ocurre que la narrativa que escuchamos a diario nos transmite otro tipo de sensación.
Hoy todo el mundo habla de “sostenibilidad”, políticos, transnacionales, poderes financieros, incluso los grandes contaminadores. Algunos incluso usan la palabra para cosas que no guardan relación. No sabemos si lo hacen por oportunismo político, cinismo, hipocresía, moda. O vaya usted a saber. A lo mejor resulta que alcanzar la sostenibilidad es más sencillo de lo que parece. Igual deberíamos empezar por lo importante y dejar aparcado lo urgente. Y lo importante nos lleva a la pregunta del millón: ¿qué pasa con el consumismo? Es curioso que nadie hable de limitarlo.
La realidad es que si queremos hacer algo por el planeta no queda otra que empezar a hablar de reducirlo. En este punto no hay caminos alternativos, ni atajos. Lo de estar en misa y repicando aquí no funciona. Lo cierto es que si los grandes consumidores, los países desarrollados, no frenan esta locura el planeta se irá al traste. Solo es cuestión de tiempo. Las propuestas bucólicas de llegar a un mundo verde, idílico, estilo Casa de la Pradera, sin renuncias ni sacrificios se quedará solo en una mera ilusión.
El consumo masivo, despiadado, agresivo y egoísta al que estamos sometiendo el planeta es el culpable directo de contaminar el aire, los ríos, los mares, incluso del envenenamiento de las relaciones humanas.
De la nada no se puede producir plástico, vidrio, coches eléctricos, litio, eólicos, paneles solares, ordenadores, etcétera. Todo se hace a partir de algo. Y ese algo se lo arrancamos a la biósfera, la hidrósfera, la corteza terrestre.
Lo que significa que si queremos preservar la salud del planeta es necesario racionalizar los recursos y gestionarlos bajo unos criterios razonables, asumibles. De otro modo lo convertiremos en poco tiempo en un espacio invivible.
Silenciar o negar un problema no resuelve el problema. Y nuestro gran problema es el consumo desbocado, brutal y depredador al que estamos sometiendo el planeta. Lo peor es que pocos están dispuestos a renunciar a él.
En conclusión. Los eslóganes de alcanzar un planeta limpio, respirable y al mismo tiempo continuar consumiendo a un ritmo insaciable no es una opción. Por eso es difícil comprar el relato, un relato que nos habla de una sostenibilidad que cada día levanta más sospechas y, por lo tanto, se pone más en entredicho.
Teorizar es fácil. El problema es pasar de una cultura consumista a una menos consumista, más racional. Lo de la sostenibilidad suena bien. Es bonito. Ocurre que sin rebajar la obsesión psicológica por comprar cosas la iniciativa pierde sentido.
Visto lo visto uno cavila que a lo mejor no es tan importante la salud del planeta como intentan hacernos creer. A lo mejor hay otras motivaciones ¡Ay los intereses!