El dicho “una imagen vale más que mil palabras”, atribuido a Marshall McLuhan, encierra una verdad poderosa sobre la comunicación: la capacidad que tienen las imágenes de transmitir de manera inmediata una cantidad de información que expresada en palabras requeriría una descripción muy extensa. La fuerza de las imágenes radica en que son un lenguaje universal que conecta con la intuición y la percepción de las personas y evocan emociones profundas, desencadenan recuerdos o transmiten conceptos complejos al instante.
Una de esas imágenes impactantes de la semana pasada fue la comparecencia de Mohamed Houli Chemal en la comisión de investigación del Congreso sobre los atentados de Barcelona y Cambrils de 2017. Comparecencia impuesta por Puigdemont, que quería utilizar su declaración para responsabilizar al Centro Nacional de Inteligencia (CNI), es decir, al Estado español, de aquellos atentados para, según él, “perjudicar al independentismo”.
La imagen es, por sí sola, muy poderosa y tuvo el complemento de las palabras que contextualizaron y explicaron con detalle lo que representa. En este sentido pocas veces se produjo tanta unanimidad en los titulares y análisis de la prensa que utilizó las palabras más duras para calificar la presencia de un terrorista en el Congreso como un espectáculo degradante que representa la humillación de la sede de la soberanía nacional y de los españoles ¡a cambio de siete votos!
En el capítulo de cesiones del Gobierno todas las semanas pasa algo que pensábamos que nunca iba a pasar, pero el propio Gobierno casi siempre se supera a sí mismo. La semana pasada volvió a claudicar y permitió la vileza de abrir el Congreso a un yihadista condenado a 43 años de prisión” en una comparecencia presencial que desazonó a la mayoría de los grupos parlamentarios
Por más que el marco legal y democrático permita una astracanada como esta, la presencia de un terrorista que llegó esposado en medio de un gran despliegue de seguridad al Congreso para remover unos hechos ya sentenciados por la Justicia y contentar a Puigdemont y Junts, no tiene precedentes. Coloca en un lugar de relevancia institucional a un individuo que representa el terror, recuerda el sufrimiento de muchas víctimas y hiere la memoria colectiva.
Que el Gobierno y el partido que lo sustenta se dejen chantajear de esta forma por los intereses de un prófugo de la Justicia y de su minúscula formación a cambio de siete votos es una vileza que hiere e indigna a los españoles. Semejante cesión es un espectáculo lamentable por imperativo de una persona, Puigdemont, que se mueve por el rencor y el odio y se muestra feliz por degradar el Congreso, la sede de la democracia. Tenía razón McLuhan, la imagen de un terrorista en el Congreso para llamar terrorista al Estado español vale más que mil palabras.