A manezco temprano, el viento se ha colado en mi sueño y reclama su atención. Pues nada, es hora de ponerse en marcha. La vida en constante movimiento.
Sí, una vez más, lo que ocurre fuera, como metáfora de lo que sucede internamente. El viento como metáfora del ir y venir. Cambiamos de trabajo, de ciudad, de etapa. Nos encontramos con imprevistos, con decisiones difíciles, con situaciones que jamás pensamos que viviríamos. A veces, el cambio es elegido. Otras, nos arrastra sin preguntar. Sin embargo, en toda esa vorágine, hay una sensación de anclaje, algo que permanece intacto a pesar de esos vaivenes. Algo que no se ve, pero que nos sostiene. Nuestros valores.
Curiosamente, lo comentaba esta semana con el alumnado de la Erlac con el que compartí una formación sobre marca personal. Los valores no son solo palabras bonitas que escribimos en un cuaderno o repetimos en una conversación. Son las líneas invisibles que trazan el camino hacia los objetivos que deseamos alcanzar. Nos recuerdan quiénes somos cuando todo lo demás se mueve.
Muchas veces creemos que nuestros valores son los que expresamos en voz alta: “Soy una persona honesta”, “me importa la familia”, “creo en la justicia”. En realidad, los valores van más allá de nuestras voces, se materializan en nuestras decisiones. No es lo que decimos, sino lo que hacemos, lo que realmente nos dota de consistencia.
Si decimos que valoramos la honestidad, pero no somos transparentes y claros, ¿qué estamos priorizando?
Si aseguramos que la familia es lo más importante, pero nunca encontramos tiempo para ella, ¿dónde estamos poniendo nuestro foco?
Si creemos en la justicia, pero miramos hacia otro lado cuando algo no es justo, ¿de verdad es un valor o solo una idea?
Los valores reales no se ven en lo que verbalizamos, sino en cómo actuamos. Son los que guían nuestras acciones.
En tiempos de calma, es fácil hablar de valores. Pero cuando llega la tormenta, cuando la vida nos pone a prueba, es cuando realmente descubrimos si son firmes o solo decorativos.
¿Qué hacemos cuando nos ofrecen una oportunidad increíble, pero sabemos que va en contra de lo que creemos? ¿Cómo actuamos cuando ser honestos nos pone en una situación incómoda? ¿Nos mantenemos fieles a lo que creemos, o nos dejamos llevar por el viento del momento?
Los valores no son cómodos. A veces, seguirlos significa decir “no” cuando todo nos empuja a decir “sí”. Significa tomar el camino más largo en vez del atajo. Significa elegir lo correcto sobre lo conveniente. Pero también nos aportan paz. Cuando tomamos decisiones alineadas con lo que realmente somos, puede que la situación sea difícil, pero por dentro hay algo que permanece intacto. En definitiva, son nuestra brújula de vida.
No hay nada más desorientador que vivir sin una guía. Cuando no tenemos claros nuestros valores, cada nueva situación nos empuja en una dirección diferente. Nos dejamos llevar por lo que hacen los demás, por lo que parece más fácil, por lo que esperan de nosotros. Y con el tiempo, nos perdemos.
Venga el viento que venga, haya niebla o esté un día totalmente soleado, la brújula marca el norte. Ese norte se llama valores, en mi caso honestidad, libertad, respeto, entre otros. Cuando todo cambia, volver a ellos es “volver a nuestra esencia”.
Así lo expresó el Dalai Lama. “Abre tus brazos al cambio, pero no dejes ir tus valores”.