Arce

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Calle Arce

En el artículo titulado “Callejero ferrolano” publicado en este diario el miércoles 9 de marzo, se ofrecía una panorámica global, y por ende poco detallista, revelando que en cualquier localidad resulta fácil detectar curiosidades, sorpresas, y en ocasiones disgustos, si prestamos atención a los nombres de nuestras vías públicas. Si de la simple observación pasamos al estudio, puede llegar a dibujarse un mapa socio-político de la historia local al contrastar nombres actuales con los de épocas pretéritas.
También en el mundo de la ficción –cine, novelas, etc.– se utiliza esa fórmula para sintetizar o potenciar el argumento de la obra. Sirva como ejemplo el título de una película española, “Calle Mayor”, para que de inmediato revivamos in mente una época y costumbres afortunadamente ya superadas. 
Y ya que estamos en Ferrol, en el campo literario recordemos a Torrente Ballester en su magnífica obra de realismo fantástico, “La Saga/fuga de J.B.”, en la que nos lleva por la Calle del Rostro Mugriento, y por la Plaza de los Marinos Efesios.
Pero volvamos al mundo real. A diferencia del escenario geográfico casi universal por el que transcurría el artículo citado al principio, nuestro paseo de hoy será muy corto, ya que vamos a fijar nuestra atención en una sola calle, que, aunque importante por motivos diversos que aquí vamos a obviar, y a pesar de ser muy céntrica, ha tenido la fortuna de conservar siempre el mismo nombre; no es la única, claro está, pero sí una de las pocas (estoy intentando averiguar cuántas y cuales) que integran ese distinguido elenco. 
La calle Arce, pues no de otra estamos hablando, no es muy larga (unos doscientos metros), pero sí es discretamente elegante (aunque quizá ya lo fue más) y su nombre es a la vez breve, suave, sonoro e histórico. 
Tal vez un visitante ocasional, de paso por la ciudad, se sorprenda al verlo y se pregunte si el nombre hace referencia al árbol así llamado cuya hoja puede verse en la bandera nacional de Canadá, o quizá quiera recordar al escultor español José de Arce, del siglo XVII; también puede que haga mención a una provincia de Bolivia que tiene ese nombre. 
Todas esas posibles explicaciones, y alguna más, puede encontrar nuestro hipotético visitante en cualquier enciclopedia que consulte, pero ninguna de ellas será válida. 
Veamos cual es la correcta. Desde mediados del siglo XVIII, la suerte de Ferrol ha estado unida a la de nuestra Marina, y en algunos momentos la relación ha sido de casi absoluta simbiosis; en esos momentos cruciales, las personas que estén al frente de las instituciones pueden resultar determinantes para el futuro de un pueblo. 
Un gobernante egoísta o torpe puede significar la ruina colectiva, y no sólo en el plano económico, y, a senso contrario, si quien tiene que tomar las decisiones es honesto, diligente, y su meta es el bien común, resultará providencial. 

capitán general
Don Antonio González de Arce Paredes y Ulloa –pues a él está dedicada la calle que comienza en la de la Iglesia y termina en la del Sol– fue uno de estos últimos. Desempeñó el cargo de Capitán General de la Armada en Ferrol desde febrero de 1783 a junio de 1796. Para entonces le respaldaba una brillante hoja de servicios profesional. 
El cargo de Capitán General del Departamento existía en Ferrol desde 1730, y el primero que lo desempeñó fue don Francisco Cornejo. 
Su interés y acertada dirección mientras estuvo al frente de la Marina en Ferrol en una época de gran actividad se reflejó en el desarrollo del arsenal –donde trabajaban más de cinco mil personas– y de la ciudad. Es también de resaltar otra de sus cualidades personales, la generosidad, materializada en ayudas económicas a instituciones benéficas, en especial las sanitarias.
Su carrera militar no terminó aquí: promovido al empleo de Capitán General en 1796, se trasladó a Madrid como director e Inspector General de la Real Armada. Allí había nacido y allí murió.
La calle Arce se honra en recordar su nombre, pero esta vía urbana tiene, en mi opinión, un valor añadido: su parte central está integrada en uno de esos puntos especiales de la ciudad donde más fácilmente puede captarse su verdadero espíritu, eterno y permanente; me refiero, claro está, a la hoy conocida como zona de Amboage. Pero eso es otra historia.

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