La ciencia lo desmiente: los polos opuestos no se atraen, sostiene Daniel Gilbert, un profesor de Harvard que aduce estudios científicos para afirmar que nos sentimos atraídos por individuos que son similares a nosotros, pero “es la apariencia física la determinante para la atracción romántica”.
“La genética nos diseña para que seamos atractivos” afirma con rotundidad Gilbert en una conferencia sobre “La ciencia de la atracción romántica”. La genética es el área que explica cómo se transmite la herencia de generación en generación a través de los seres humanos, a los que Gilbert denomina “vehículos temporales”, inventados por el ADN “para transportarlo y hacer que (las instrucciones genéticas de la vida) permanezcan en el tiempo”.
Nuestra genética, redondea este profesor y psicólogo, se encarga de que cumplamos el requisito necesario para realizar este traspaso de ADN, que no es otro que las relaciones sexuales. Sin embargo, somos “selectivos” a la hora de elegir con quién tendremos relaciones sexuales y más aún con quién tendríamos descendencia. Según algunos estudios, las mujeres son más selectivas que los hombres, algo que depende de costes de distinta índole; por un lado, físico, pues mientras la cantidad de esperma que puede producir un hombre es ilimitada, las mujeres solo cuentan con 300 óvulos a lo largo de su vida.
En cuanto a la importancia de la apariencia, la cultura es clave a la hora de juzgarla, pues el ideal de belleza (esencialmente femenino) determinará lo que en cada sociedad tengamos asignado como bello. Si bien estos ideales de belleza han cambiado a lo largo del tiempo, algo que se mantuvo siempre como una referencia de la belleza es la proporción.
Pero no todo se basa en la apariencia. Tenemos más sentidos que marcan si alguien nos resulta atractivo, como el olor o las sensaciones al besar. La geografía también determina a nuestras parejas, pues según Gilbert aunque pensemos que las elegimos, realmente ya nos fueron asignadas por accidentes geográficos. l