e ninguna manera me atrevería a adentrarme en las especulaciones y cábalas sobre las posibles e imposibles combinaciones para poder formar un Govern en Cataluña; menos aún sacaré la bola de cristal para osar adivinar quién será el próximo president de la Generalitat. Pero sí creo que podemos anticipar algunas de las consecuencias que las elecciones catalanas proyectarán sobre la política nacional. Y las reticencias en el seno de la coalición gobernante me parece que son uno de los datos a tener en cuenta.
Las cautelas de las dos fracciones del Gobierno central a la hora de valorar el resultado de las elecciones catalanas muestran que la campaña y los datos de la votación han arañado pieles sensibles y quizá herido algunas susceptibilidades. No podría ser de otro modo cuando uno de los socios de la coalición que gobierna en España ha apoyado a un candidato y el otro, a uno diferente. Además, el inequívoco respaldo de Pablo Iglesias a Esquerra Republicana no ha gustado, aseguran, al inquilino de La Moncloa, ni tampoco a su ‘mano derecha’, Iván Redondo, bien visible en la sede barcelonesa del PSC vitoreando a Illa en la noche electoral, mientras el ex ministro de Sanidad agradecía al ‘superasesor áulico’ la ayuda prestada a su candidatura.
Tampoco creo que en Unidas Podemos haya agradado demasiado la que sin duda ha sido una victoria en Cataluña casi tanto de Sánchez como del propio Illa, mientras los Comunes se tenían que conformar con un resultado discreto, una décima menos que en las elecciones anteriores. Puede que, a no muy largo plazo, esta nueva distorsión tenga consecuencias en la marcha del Gobierno central, donde consta el hartazgo de los socialistas por las ‘patadas que reciben bajo la mesa’ por parte de Esquerra, que está mucho más sólidamente anclada a Podemos que al PSOE ¿Hasta cuándo, se preguntan algunos ministros, tan anómala situación en el Ejecutivo de Sánchez/Iglesias, sobre todo si al final ERC acaba haciendo un Govern netamente independentista con Junts per Cat y nada menos que con la CUP?
Luego, por supuesto, está lo que vaya a ocurrir en las dos formaciones que salieron más descalabradas de la votación catalana, Ciudadanos y el Partido Popular. Sánchez gana, mientras sus oponentes en lo que podríamos llamar el centro derecha pierden, para colmo azuzados por el empuje de los extremistas de Vox. El malestar interno tanto en el PP como en la formación naranja es tan evidente que ha dejado ya de ser noticia. Ahora no faltarán quienes propongan remedios más o menos drásticos, incluso refundaciones, mientras presumiblemente los principales líderes de ambos partidos tratan de ganar tiempo y procurar que se olvide el mal trago del pasado domingo. Pero ya se dejan oír no pocas voces que piden una ‘refundación general’ y que ambas formaciones caminen hacia una fusión, algo así como una nueva Unión de Centro Democrático, aquel partido fundado por Suárez en 1977 que sirvió para gobernar el país durante cinco años, los primeros de la Transición.
Imagino que algo de eso acabará sucediendo, dejando a Vox en el papel de aquella primera, posfranquista, Alianza Popular de Fraga, que, pese a ser un hombre del que se decía que tenía el Estado en la cabeza, jamás pudo colmar su ambición de llegar a ser presidente del Gobierno. Y a fe mía que, si Pablo Casado quiere serlo, tendrá que aplicarse a nuevas iniciativas. Por su bien y por el del país, que necesita, claro, una oposición y una alternativa de futuro.