El espíritu sectario planea sobre la Historia, siempre ha habido y siempre habrá grupos más o menos numerosos dispuestos a encarnarlo. No es nada complicado, solo hay que tener alguna idea, aunque sea prestada, e intentar venderla como si fuera la panacea universal. De pronto alguien que cree haber descubierto la solución a todos los problemas humanos o sociales, se rodea de unos cuantos adeptos. Suele predominar el convencimiento de que las cosas irán mejor si se adoptan sus postulados, aunque la realidad demuestre lo contrario. El sectario que consigue cierta audiencia, a diferencia de lo que ocurre con cualquier loco solitario, se convierte en una especie de profeta dispuesto a llevar a cabo su misión a cualquier precio.
Nada tiene que ver todo esto con la defensa razonable de determinados planteamientos o convicciones, sean políticos o religiosos. En el sectarismo las creencias acaban siendo algo instrumental, como formas de sometimiento e influencia. Por eso precisamente es tan dañino, pues cuestiones importantes son instrumentalizadas por el fanatismo de algunos visionarios. Menéndez Pelayo estudió a muchos de los personajes y grupos sectarios en su Historia de los heterodoxos españoles, uno de los trabajos más serios sobre la capacidad de desbarrar y de arrastras a otros a la defensa de posiciones aberrantes.
Entre los casos históricos más conocidos y famosos está el de los cátaros, una secta que dio mucho que hablar en el siglo XIII, sobre todo en algunas regiones del sur de Francia. Se trataba de un movimiento rigorista, maniqueo, que consideraba la materia como algo radicalmente malo; incluido el matrimonio y cualquier relación carnal. Sus posiciones chocaron con la ortodoxia cristiana predominante en Occidente, en un momento en que las grandes monarquías, en este caso la francesa de los capetos, se estaban desarrollando sobre esa misma ortodoxia. Así que los cátaros, además de herejes desde un punto de vista religioso, aparecieron como un peligro para el orden político y social que se estaba construyendo.
El rey francés organizó incluso una cruzada para acabar con ellos, con los cátaros, al tiempo que reforzaba su poder en las zonas meridionales del reino. Las Órdenes Mendicantes que se acababan de fundar por entonces, pusieron todo su empeño para que los sectarios entraran en razón, aunque con poco éxito. Al final fue la fuerza la que acabó con el movimiento.
El caso de los cátaros no es más que un ejemplo de lo que el sectarismo puede suponer en la historia de los pueblos. Hoy seguimos padeciendo estas movidas; incluso bajo banderas que defienden causas justas, se encuentran actitudes verdaderamente peligrosas y sectarias.