Pedro Sánchez se fue del grupo parlamentario el sábado, horas antes de la segunda votación a Rajoy, por no pasar el trago de obedecer un mandato del comité federal del PSOE. Peor fue lo del día siguiente. El domingo, sin ser consciente de ello, rompió con el partido. Ni sus seguidores lo reconocieron como alguien de los suyos cuando en la tele lanzó su grito por un PSOE “autónomo”, lejos del PP y cerca de Podemos, lejos de las élites y cerca de los militantes. Así vino a denunciar que el PSOE se ha derechizado, le falta un proyecto y carece de autonomía en la toma de decisiones. Item mas, necesita alejarse de la oligarquía (el Ibex, Prisa, Telefónica, Felipe González...) y acercarse a Podemos (“de tú a tú”, “de igual a igual”) si quiere avanzar.
El líder de Podemos, Pablo M. Iglesias, aplaudió con la orejas estas declaraciones de Sánchez, que incluían su arrepentimiento explícito por haber creído erróneamente que Podemos era un partido “populista”. Y eso ocurría, dicho sea de paso, tres días después de que Unidos Podemos hubiese vuelto a apostar por la salida del euro y la ruptura de la UE. Es lo que pedían las enmiendas (derrotadas), que presentó su grupo, en sintonía con la extrema derecha, a un informe sobre la política económica y social de la Unión Europea, que sí apoyaron los socialistas en Estrasburgo. Y parece lógico que dirigentes y militantes del PSOE sospechen que Sánchez comparte esas tesis. A partir de ahora cualquier posición política de Podemos, o cualquier conducta censurable de los seguidores de Iglesias, se volverá contra Sánchez.
Sánchez no dijo ni media palabra sobre el estado en el que deja al partido después de haberlo liderado. Dos estrepitosas derrotas electorales y un partido roto. Esa es su herencia. Pero no hubo ni asomo de autocrítica sobre esas dos realidades innegables. Al contrario, todo fueron censuras a terceros. Como si él fuera la excepción en un sinfín de errores cometidos por otros, también por la comisión constituida tras su dimisión, de la que dice que “ha metido al PSOE en un rumbo equivocado”.
Y, por supuesto, ni media palabra sobre las razones del “golpe” del 1 de octubre, inspirado en la necesidad de evitar unas nuevas elecciones y desbloquear la situación política, no como prueba de amor a Rajoy. Sánchez no quiere valorar esas razones, las mismas que llevaron luego a la gestora a recabar del comité federal un mandato de neutralidad (abstención) en la investidura al candidato del PP. No sale de su insistencia argumental en que la abstención de 68 diputados socialistas sirvió para “facilitar” el Gobierno del PP. Como si el haber persistido en el “no es no” lo hubiera impedido, una vez archidemostrado que cualquier otra alternativa era inviable, salvo la de acudir de nuevo a las urnas.